lunes, 11 de agosto de 2008

La viuda de Apablaza autor Germán Luco Cruchaga




La viuda de Apablaza

Germán Luco Cruchaga


Esta obra fue estrenada el 29 de agosto de 1928, en el Teatro La Comedia, por la Compañía Ángela Jarques-Evaristo Lillo, y repuesta, por última vez hasta la fecha, en 1956, en el Teatro Antonio Varas, por el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, con el siguiente reparto:


PERSONAJES

REMIGIO. JORGE BOUSDON.
FIDEL. PEDRO ORTHOUS.
CUSTODIO. MANUEL MIGONE.
CELINDA. BRISOLIA HERRERA.
LA VIUDA. CARMEN BUNSTER.
ÑICO. MARIO LORCA.
DON GELDRES. PACO ADAMUZ.
DOÑA MECHE. MARÍA CÁNEPA.
FLORA. MARÍA TERESA FRIKE.




DIRECCIÓN

Pedro de la Barra

ESCENOGRAFÍA E ILUMINACIÓN

Raúl Aliaga


[8]

La acción ocurre en un lugar al sur y al interior de Temuco, alrededor de 1925.


PRIMER ACTO

En el Otoño

SEGUNDO ACTO

A comienzos del Verano siguiente

TERCER ACTO

En el Otoño, dos años más tarde.

[9]
ArribaAbajo
Primer Acto

Patio interior de vieja casona de campo cuyas ventanas se abren al corredor donde se guardan los caballos de madera con las monturas, las riendas, lazos, yugos, arados y aperos campesinos. Lateral izquierda, ancho portalón de bodega. A su lado, un gran montón de paja. Decorando el corredor, maceteros de cardenales y jaulas con pájaros nativos. REMIGIO, FIDEL y CUSTODIO juegan a la rayuela. Derecha, CELINDA aviva el fuego del brasero, sentada en un piso junto a la mesilla con los menesteres del mate. Después de jugar, los tres se acercan a la raya y discuten.


REMIGIO.- ¡Quemaíta! Al puro pelo...

FIDEL.- Dos por cinco.

CUSTODIO.- A mano.

REMIGIO.- ¡Chi! ¡Cómo a mano ey vos perdiste cuatro y yo llevo cinco! [10]

CUSTODIO.- Los cinco deos de la mano p's, cabro...

REMIGIO.- Gracioso el niño. Pa jugar hay que tener formaliá... Los recontra a quemás y con maulas...

CELINDA.- ¿Y no puee irse a juar a otro lao...? La zalagarda que tienen los peazos de treiles...

REMIGIO.- No se enoje pus Celindita... Si es puro juguete no más...

CUSTODIO.- Si no apostamos ni cobre...

CELINDA.- Así será, pero si los merece rochar mi tía, los encumbra...

FIDEL.- Y qué vamos hacer si Ñico no se entriega los aperos.

CELINDA.- ¿Cómo? ¿Y Ñico ónde está?

FIDEL.- Ratazo que no lo vimos... Antes de terminar la lechaúra salió p'al bajo a buscar la vaquilla Pampa, que estaba pasá e cuenta...

REMIGIO.- Y hará como una menguante que lo estamos esperando...

CELINDA.- ¡Güen dar con el hombre éste! Onde diablos se habrá metío... Contimás que mi tía se las tiene sentensiá... ¿Y aónde están los aperos pa entregárselos?

CUSTODIO.- Si ey están los yugos; pero las coyundas las guarda Ñico, con llave, en la caja de las herramientas, porque en la noche vienen a comérselas los perros del indio Curimil...

REMIGIO.- Pero la viua tiene llave mestra... Píasela usted.

CELINDA (Se acerca a una de las ventanas.).- Oiga, tía... Aquí dicen éstos que les empreste la llave mestra p'abrir el cajón de las herramientas; que a Ñico no lo [11] pueen hallar, que salió a buscar la vaquillona Pampa que está pasá e cuenta... Y las coyundas están ey.

LA VIUDA (Apareciendo con su gran moño de cohete, blusa de percal de color vivo con las mangas a los codos y con zuecos.).- ¿Qué decís, Celinda? ¿Que Ñico no ha entregado los aperos y ya con el sol alto? ¡Me cachis con el peazo de mugre éste! Tomá las llaves vos, Custodio, y sacá las coyundas. Si una tiene que andar metía en too... Son las nueve y los bueyes d'iociosos... Ves, Fidel, anda p'al bajo a buscar al Ñico... (Mutis de FIDEL. CUSTODIO entra a la bodega.) Moleera e gente, sacando la güelta a too tiro y una llamándolos aquí... Hase visto... ¿Me tenís el mate preparao?

CELINDA.- Ya está lavá la yerba... Y ey tá el cedrón y ey tá l'azúcar quemá...

LA VIUDA (Sentada, mateando, a REMIGIO.).- ¿Y vos?

REMIGIO.- ¡Mande!

LA VIUDA.- ¿Qué hacís parao ey?

REMIGIO.- ¡Chi! Esperar las coyundas p's, patrona...

LA VIUDA.- Anda a buscar a Ñico también.

REMIGIO.- Güeno, su mercé... (Iniciando el mutis.) No puee vivir sin Ñico... Ya parecimos perdigueros detrás d'él.

LA VIUDA.- Y vos... ¿Qué me icís de esta farta? Encomodarla a una, ques la dueña, por el Ñico. ¡Puchas digo! Y recoja guachos.

CELINDA.- ¿Le cebo otro mate, tía?

LA VIUDA.- No... Se me avinagran cuando tengo estas molestias. Me aflatulento. Ñico acabará por matarme... [12] ¡Ay, qué sofoco! ¡Uf...! Cuándo será el día que éste entre por güen camino y se le quite lo maula... Apostaría que anda vichando coipos por el estero... ¡Pa qué necesitará coipos si conmigo tiene de un cuantuay...! Pero no van a ser pencazos los que le voy a dar... Mal mandao, mal agraesío... Mal guacho... ¿Pero ónde estará el Ñico? ¡A puchas con el escarabajo grande! (Llegan FIDEL y REMIGIO y sale de la bodega CUSTODIO.) ¿Y Ñico?

FIDEL.- En niuna parte...

REMIGIO.- Juimos p'al bajo, rondamos el macal del norte, campiamos el estero... Y niagua...

LA VIUDA (A CUSTODIO.).- ¿Y encontraste las coyundas?

CUSTODIO.- No están ey.

LA VIUDA.- ¡Maldición de hombre! Me viene a descomponer too... Mándense acambiar... Ya está la mañana perdía... Después llegará el tiempo malo y tendremos que sembrar sin la cruza... Y los babosos andarán diciendo por ey qu'el migajón de mis tierras está gastao, que mi semilla es puro ballico y granza y que mis aperos no sirven pa ná... Y que la media no les alcanza ni pa la mantención... ¡Ahijuna! ¡Cómo quieren güen rendimiento si hacen los barbechos tardíos y las reices no se alcanzan a poirir! ¡Y ni la cruzan siquiera, y pierden estos días de sol jugando a la rayuela y buscando las coyundas...! Viviera el finao Apablaza ya los habría descuerao y les habría quitao las pueblas... ¡Juera de aquí! Ya está perdía la mañana... Pero me trabajarán hasta que escurezca, con las candelillas y si no, frangollo [13] les valgo yo. ¡Juera! ¡Ráspenla...! (Iniciando el mutis los tres peones.)

REMIGIO.- En perdiéndosele el Ñico, pierde el seso también...

CUSTODIO.- Y pagamos el pato nosotros...

FIDEL.- ¡Chas, la vieja veleidosa...!

LA VIUDA (Ordenándoles, con rabia.).- ¡Juera ey dicho...! Mermuradores... ¡Chirpientos...! ¡Pa juera ey dicho...! Y que les den agua a los güeyes.

CUSTODIO.- ¡Mande!

LA VIUDA.- ¡Que les den agua a los güeyes! ¡Orejas cerillentas!

CUSTODIO (Mutis.).- Agua toman los güeyes... Que tienen el cuero duro... Aguardiente y vino puro que es bebida de los reyes... ¡Mi alma!

LA VIUDA.- Y vos ¿desaguaste la cuajá?

CELINDA.- Sí, tía.

LA VIUDA.- ¿Le hiciste la crupa que no se ojíe?

CELINDA.- Sí, tía.

LA VIUDA.- Güeno. Treme un cigarro e mi pieza... (Mutis de CELINDA. Pausa.) ¡Que venga el Ñico! Yo le abriré las entendedoras pa que sepa cumplir con su deber..., pa que sepa agradecer too lo que mey mortificao dende que lo recogí en cueros... Si lo voy a hacer humiar a palos... Fascineroso... Porque el Ñico es más que si lo hubiera parío, es más que hijo natural del finao... Que se amarre la soguilla el Ñico. A guantá limpia hay que manijar a estos indinos, quiltros, perdíos...

CELINDA (Con los cigarros. Aparte.).- Le va a llegar [14] con mi tía... (A LA VIUDA.) Aquí están los cigarros, tiíta...

LA VIUDA.- Tiíta, laya e tiíta... Tiaza y brava pa los mal comportáos... Pasa pa'cá... Cuando lo tenga al Ñico al frente le voy a soltar una gritaera pa que se le dentre el habla hasta la otra creciente. (Grita.) ¡Ñiiico! ¡Ñiiicooo! ¡Ñiiiiicoooo! Peazo de bestia, guacho asqueroso. Guacho pulguiento, guacho aparecío..., ¡requeterrecontra guacho! (Mientras LA VIUDA enciende el cigarro, el montón de paja empieza a moverse, aparece un brazo, luego un pie descalzo y después la cabeza con chupalla de ÑICO, bostezando... A LA VIUDA se le cae el cigarro de la boca y queda estupefacta.) ¡Tú, ahí!

ÑICO.- Me parece... Mi había quedao ormío, me parece...

LA VIUDA.- ¡Parece! ¿Que no habís sentío como ti han llamao...? Buscándote por toos laos y ni luces... Los aperos guardaos y el rey urmiendo en la paja, enrollao com'un quiltro... Ahora vamos a hablar los dos... Tú, Celinda, anda vete pa entro... Pícales mostaza a los pavos nuevos y espanta las aves de la hortaliza, que ya me tienen acabá la chicoria. (Mutis de CELINDA quien le hace señas a ÑICO con la mano, dándole a entender que LA VIUDA se las va a dar. LA VIUDA se pasea, tranqueando fuerte, con los brazos en caderas.) ¡Sácate la pastora, ínsolente...! Acércate pacá... ¡Mira de frente, badulaque! ¿Qué habís hecho toa la mañana...? ¿A qué horas te levantaste?

ÑICO (Dando vueltas la pastora entre sus manos.).- [15] De albazo... Antes del canto e los gallos... Como toos los días, me levanté con chonchón...

LA VIUDA.- ¿Y qué habís hecho? Dime...

ÑICO.- ¡Cuasi ná! Arrié las vacas p'al corralón y lechamos... Con la Celinda, llenamos los tarros de la cuajá... Le di avena y agua a los chanchos... Espués salí a buscar la vaquillona Pampa que parió anoche un ternero ídem a las manchas del Kalifa... ¡Lozanito y caerúo el bruto! Espués ensebé las coyundas y los cabrestos; acarrié cuatro sacos de treol pa los güeyes y mancagüé el toro, pa que no se salga del pasto ovillo, porque su yegua Muñeca rompió a patás las tranquillas... Y aemás, le machuqué un pernil de grillo con raíces de frutilla a la vaca Chupilca, porque está con mal de orina... Y espués..., espuecito..., me senté ey y parece que anduve queando dormío... Si ey fartao..., ahora...

LA VIUDA.- Ta bien. ¿Y por qué no te juiste a escansar a tu catre...? ¡Cuándo será el día que te diferencís de los piones! Vos soi aquí más que pion, más que campero, más que capataz, más que mayordomo, ¡y no poís ejar los chirpes, la ojota pegá al ñervio, la rayuela y el vivir en que te criaste...! Mal que pese, vos tenís que respetarte un poco, porque eres bien nacío, aunque seáis un salto del finao de mi marío... Y de salto y too, llevay la mesma sangre d'él. ¿M'entendís?

ÑICO.- ¿Y no cumplo rebién mis obligaciones, y los mandaos p'al pueblo, y no le cuido too, como lo propio...? ¿Me habrá faltao un grano e trigo en las entriegas a la bodega, habré medio mal las cuairas de siembra...? Y los destronques, ¿no los llevo en l'uña...? [16]

LA VIUDA.- Naiden te reprocha tu trabajo... Harto honrao y alentao que soi; pero te faltan maneras y que te arreglís tus monos...

ÑICO.- ¡Chi! ¿Y di'aónde voy a sacar maneras, si aquí vivimos mesmamente que animales...? Hay veces que me dan ganas de hacerme entender a puro lairío... ¡Me recondenara! Yo creo que cumpliendo con su mercé, naa tiene que icirme... Desde que vivo aquí, sólo me curé pa la Candelaria y ése jué un gusto perdío, como las torcazas que bajan sólo cuando están los guindales colmaos... Jué un reventón y ná más...

LA VIUDA.- ¿Y por qué no te comprai calamorros, a ver?

ÑICO.- Me duelen las chalas y vi a andar con zapatos...

LA VIUDA.- Debís aprender a cacharpearte porque, cuando yo esté más vieja, tú serís aquí el patrón... (Lo mira en una pausa de silencio y suspira.) ¡Y mes qué laya e patrón a pata pelá, con los jundillos amarraos con tiras...! ¿Quién te respetaría, dime?

ÑICO.- Es que si usted lo manda, se puee variar la compostura... Andan por ey otros mal encachados que no saben ni amarrarse la faja ni hombrearse el poncho.

LA VIUDA.- Y caballos que no te fartan ni plata ni botas calzón... Pero too lo guardai p'al día e san blando... Güeno, basta e tertulia que tenís que ensillar pa ir al pueblo... Pasai onde on Jeldres y le peís la cuenta e los quesos. A on Lobos que me mande la lima para la corvina... La Celinda te entregará la lista e las fartas... [17] Too lo pedís onde la Coña Guapa y que lo apunten... (Inicia el mutis, llamando.) Celinda... Celinda...

CELINDA (Entrando.).- ¡Mande!

LA VIUDA.- Entrégale la lista a Ñico... (A ÑICO.) Antes de la siesta, tenís que estar de güelta... Te venís, como un balazo... Cuidaíto con comadrear en niuna parte... Pa eso tenís güenas bestias... (Mutis.)

CELINDA.- Urmiendo en la paja... ¡Apesta pus, Ñico!

ÑICO.- El que no tiene ná, con su mujer se acuesta...

CELINDA.- Pero te las pusiste con mi tía...

ÑICO.- ¡Qué tanto jué! ¡Si ya está el chancho en la batea y el mote pelándose!

CELINDA.- ¡Alabancioso que te han de ver! Si andan diciendo por ey que hay ciertos entendimientos... Mejor ¡boquita, cómete un pavo!

ÑICO.- Qué culpa tengo yo de ser bien parecío, parao en el hilo, tranqueador y güeno pa la vara... ¡Échale, mi alma, pa elante!

CELINDA.- Claro... Si así son toos los hombres... Se allegan del otro lao, cuando hay una pobre que les lava las tiras, los cuidia y les quiere... En no habiendo como ser perra pa que los hombres se hagan huinchas con una... Oye, Ñico...

ÑICO.- ¿Qué querís, cabra?

CELINDA.- Te cuento... Pero me da vergüenza...

ÑICO.- Tápate la cara con la punta del elantal y lárgala no más.

CELINDA.- ¿No te vai a reír?

ÑICO.- ¿Pa que se me vea el diente que me falta? Desembuche no más... [18]

CELINDA (En secreto y avergonzada.).- Yo... Yo... Oye..., fíjate que yo..., estoy durmiendo toas las noches con la puerta destrancá... Yo...

ÑICO.- ¡Ves qué novedá...! La tranca mía la eché al juego hace ratito... ¿Y eso es too?

CELINDA.- Y tamién, es que... ¡Es que me da mieo dormir sola!

ÑICO.- ¿Y pa qué estrancai la puerta entonces? ¡De puro tentá e la risa!

CELINDA.- Ñiquito... Tú no m'entendís...

ÑICO.- Ni cobre.

CELINDA (Llorando.).- Es que tú no me querís entender, no me vai a entender nunca lo que te quiero ecir...

ÑICO.- ¿Y por eso moquillai...? Aquí en esta casa pueen dormir toas con las puertas destrancá, porque, lo qu'es Ñico, está escamao...

CELINDA.- Es que vos no m'entendís mis indiretas...

ÑICO.- Porque no me conviene... No vis que espués me salis con un regalo con patas y el cura civil tiene encargo de los que se meten a las puertas destrancás de las chicuelas... ¿Por qué no me soplai este ojo? Y dame la lista... Yo estaré aquí de suple falta, ¿no es cierto?

CELINDA (Pasándole la lista a ÑICO que empieza el mutis.).- Busca ahora quién te lave tus chirpes, que te pegue los botones y te seque la arpillera de las ojotas... Lo qu'es yo, ni te daré los güenos días...

ÑICO (Leyendo.).- Un cuarto e yerba..., cuarenta e comino..., un paquete e velas «Buque»..., tres tarros de salmón «Mariposa»..., sesenta de pimentón pa color... [19] cuatro pesos de levadura..., un kilo e clavos de dos pulgadas..., un tarro de aceite e carreta... (A CELINDA.) Y a vos te traeré un pañuelo yerbatero, pa que te rajís llorando... Enamorándome la pervertía... Cierra mejor tu tranquera que, si Ñico no entra, no fartan otros gallos en el gallinero...

CELINDA.- Oye, Ñico, ven.

ÑICO.- ¿Me vai a encargar una tranca e temo?

CELINDA.- Si es pa contate otra cosita...

ÑICO.- Mañana por la mañana voy a estar aquí con las fartas.

CELINDA.- Afírmate con lo que te voy a icir. Mañana a las dos, llega la Florita... Me escribió en papel fino y con letra de imprenta...

ÑICO.- Tu hermana... La profesora... ¡Chitas con la noveá, oh! Esa que estuvo aquí cuantuá y que andaba cimbrándose pa'llá y pa'cá... La fruncía p'hablar..., y que andaba con tizne en los ojos...

CELINDA.- La mesma pus, Ñico, y que a vos te icía Colacho...

ÑICO.- Ahora estoy más hombre... Que tenga cuidao tu hermana conmigo...

CELINDA.- Y en la carta dice que mañana, en tren de dos, le manden caballo a la estación...

Ñico.- ¿Y ónde va a ormir?

CELINDA.- En mi pieza pues, tonto... ¡Conmigo!

ÑICO.- Entonce, m'hijita, le voy a peír un favor... ¿Quiere?

CELINDA.- ¿Cuál será? [20]

ÑICO (Suspirando.).- ¡No güerva renunca a trancar la puerta!

CELINDA.- ¡Hase visto el atrevío!

ÑICO.- Dos mujeres solas tienen más mico que una mujer sola... ¿O no dice usted? Y un hombre que quiere a dos, tiene dos velas prendías, sí una se le apaga, la otra le quea encendía... Y no me haga golver más m'hijita, mire..., que...

CELINDA.- ¿Y qué hacís que no te vai? (ÑICO toma su montura y las riendas e inicia el mutis, mientras CELINDA canta una pavísima canción de las mujeres de la frontera:)
Sosiégate, José
Sosiegate, María
Si no te sosegai,
¡yo te sosegaré!

ÑICO (Repite, dándole unos cuantos manotones por el cuerpo y riéndose a carcajadas:)
Sosiégate, Celinda.
Si no te sosegai,
¡yo te sosegaré!

CELINDA.- ¡Asosiégate, te icen! ¡Manisuelto! (Mutis de ÑICO.)

LA VIUDA.- ¿Se jué Ñico?

CELINDA.- Ratazo. Ya debe venir de güelta...

LA VIUDA.- Acordate que mañana llega tu hermana. Cuando venga Ñico le ecís que mate un lechón y a la [21] Juana que pille un pavo... Longanizas no han de faltar... Y que el dulce no se te pegue, mira que esa paila tá saltá... Anda a ver que l'almíbar esté de pelo... Y arregla tu cuarto. Enflóralo y quita las telarañas... En el segundo cajón de mi cómoda, hay sábanas deshilás... Pónele payasa al catre, mira que estas pueblerinas son de costillas blandas... Contimás que viene enferma... Por su culpa... Anda pa entro... Si se hubiera quedao conmigo, no se le habría desgraciado la salú..., y tendría su yunta e güeyes y sus vaquillas... Pero le entró el humo a la caeza y como se cree tan letrá y bonita, se le ocurrió que iba a conquistar la ciudá... Pero aquí la mejoraremo. Aquí hay cambimento pa toos y la salú anda botá por el campo y no la venden en frascos, como en los pueblos... Le ponís las deshilá, las fundas con tiras bordás y que no se pegue l'almíbar...

CELINDA (Mutis.).- Güeno, tía...

(Pausa. Afuera, se oyen los gritos de los hombres que llegan con los bueyes. LA VIUDA se sienta, preocupada:) ¡Erre, Clarín..., erre... Tiiiza, Precioso..., erre! ¡Pónete, Noble...! ¡Ya no sabís ponerte, caracho! ¡Caballero, Caballero! ¡Noble! Noble, Noble, Noble, Noble! ¡Precioso! ¡Clarín! ¡Tiiiza! ¡Güélvete, Clarín...! ¡Cordillera...! ¡Limón...! ¡Erre...!

LA VIUDA (Dirigiéndose a la izquierda.).- ¡Oye, Custodio! ¿Por qué enyugai el Clarín con el Precioso?

CUSTODIO (De afuera.).- ¡Mande! Porque se acompañan mejor pa las güeltas... ¿No ve que el Precioso, con el novillo, me tiran el arado juera del surco?

LA VIUDA.- Ñeclas que se lagartean por ná... Les [22] duelen las manos con los americanos, onde están acostumbrados a trabajar con arados chanchos.

CUSTODIO.- Ya la viera yo trabajando con güeyes mañosos y mal amansaos...

LA VIUDA.- Y vos, Remigio, no me habís dao cuenta e la semilla... ¡Vení pa'cá!

REMIGIO (Con chupalla y con picana.).- Sembrá tá la semilla. Ñico tuvo en el desparramo...

LA VIUDA.- Pero algo te abrís comío...

REMIGIO.- Pa lo que gusta la harina tostá... Dos sacos por cuaira le echamos...

LA VIUDA.- Ralito le echaríai el voleo...

REMIGIO.- Si falta algo, se lo habrán comío los pájaros.

LA VIUDA.- Los pájaros de caeza negra y con patas...

REMIGIO.- Pa qué ice eso, su mercé, cuando los loros llegan a escuerecer... Harto que ley pedío prevenciones pa la escopeta...

LA VIUDA.- Como no me rinda el 18 ese huacham que tenimos en media, te podís ir buscando posesión en otra parte... Hay que rodonar a tiempo pa apretar la tierra y pa que la cuncunilla no acabe con el trigo en yerba, y hacer canales y desmalezar, y entonces tenimos el 18 y el 20 por uno. ¡No hay que vivir confiao en Dios! Ustedes creen que, en poniéndole una crú a San Francisco, ya tienen too hecho y se tienden de guata al puelche... No, señor, ¡pa ganar, hay que suar la gota gorda! Y el roce, ¿cuándo lo empiezan...? Curdiao con volteame el guayisal. [23]

REMIGIO.- Cuando usted mande pues, su mercé.

LA VIUDA.- Ya veré con Ñico lo que se hace... Váyanse a trabajar... Después de la siesta, iré yo a ver la punta que le están dando al barbecho... Váyanse, no más... (Mutis de REMIGIO. Pausa.)

CELINDA (Cantando en el interior:)
Corazones partíos,
yo no los quiero.
Cuando yo doy el mío,
lo doy entero, si ay, ay, ay.

(Afuera, los carreteros empiezan a irse, avivando a los bueyes:) ¡Precioso! ¡Clarín...! ¡Erre! ¡Noble...! ¡Caballero, Caballero, Caballero! ¡Limón...! ¡Cordillera...! ¡Erre!

LA VIUDA (Abatida y sentimental.).- ¡Diez años viua...! Diez años que me ejó sola el finao Apablaza... Solita... ¡Y entuavía estoy rebosando juventú! La sangre me priende juego en el corazón... ¡Pa qué querré tantas tierras y tanta plata, si me falta dueño!

(La voz de CELINDA llega desde más lejos:)
Al cruzar el arroyo
de Santa Clara,
se me cayó tu anillo
dentro del agua, si ay, ay, ay.
Antenoche y anoche
y entamañana,
me corrieron los perros
de doña Juana, si ay, ay, ay. [24]


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Segundo Acto

El mismo escenario del Primer Acto. Al levantarse el telón, la escena está vacía.


DON JELDRES (Desde el interior.).- ¡Gente...! ¡Geeenteee!

DOÑA MECHE.- ¡Buscan...!

DON JELDRES.- ¡Espanten los perros... que hay genteee!

CELINDA (Saliendo del interior.).- ¡Napoleón! ¡Anda, vete, mugre! Pasen... ¡Adelante! ¿Si los perros no hacen ná a los conocíos... (Entran DON JELDRES y DOÑA MECHE.)

DON JELDRES.- ¡Casa bien defendía es que tié que guardar! ¡Cómo te va, chiquilla!

CELINDA.- Bien, on Jeldres... Pa servile...

DOÑA MECHE.- ¿Y la viua...? [25]

CELINDA.- Con la Florita, en las frutillas... Siéntense a escansar... Siéntese, on Jeldres...

DON JELDRES (Limpiándose la transpiración.).- Ta picaor el solsito... Nos venimos de a pie y, aunque salimos bien de alba del pueblo, como esta mujer es tan lerda, nos pilló en el camino la polvareda de las carretas, emparvadoras... ¡Qué carretío, mujer, por Dios!

CELINDA.- Parece que este año la cosecha va a ser muy güena...

DON JELDRES.- ¡Quiá! Buena como todos los años; pero como pa cancelar los documentos de la plata que se vale hay que mermar las utilidades, nadie confiesa lo que cosecha... ¡Qué se lo cuenten al cura! Hace 25 años que salí de España p'hacer la América... ¡Soy un Cristóbal Colón al revés! Otros se han enriquecío, han vuelto de indianos millonarios, y yo sigo quebrándome los güesos como un gañán, como un negro de las galeras...

DOÑA MECHE.- Mala estrella tenimo... Agonizamo trabajando y la América se nos esquiva, se nos sale de los deos, como si las ganancias fueran agua o harina flor...

DON JELDRES.- En estos pueblos de la Frontera, en diez años bien trabajaos, uno se hace rico, poderoso y hasta terrateniente; pero estoy condenao a la miseria, al pasar a medias... Llega el invierno y los indios hacen cola en el almacén y vamos valiendo lauchos de harina, cuartos de azúcar, kilos de yerba, qué sé yo...

DOÑA MECHE.- La santa verdá... Fiamos hasta por misericordia y así y too nos tratan de gringos y de «güincas treguas»... [26]

DON JELDRES.- Pues ná... Que llega el verano, la cosecha, vamos, y toos se pierden y yo me quedo saldando cuentas con los documentos impagos... Y a los indios no se les puede perseguir por la justicia, porque no tienen responsabilidad jurídica, ¡eso es! Si parece que yo estuviera pagando con mi desgracia los desaguisados de los Conquistadores... Por las manos de Galvarino, cuatro quintales de harina y, por la pica de Caupolicán, más azúcar que cuartos tié un rascacielo... Y vamos tirando pa delante... Este otro año, hará 26 que llegué de España y cuando ya esté en los 40 de colono y 70 de edad, tendré que comprarme un metro de tierra en el cementerio, pa que descansen la Meche y on Jeldres... ¡Me cachis con la suerte veleta...!

DOÑA MECHE.- Y descanso bien merecío... Aunque en tierra ingrata.

DON JELDRES.- No digas eso, Meche. Ingrata no. Si no es más que la suerte.

CELINDA.- ¿Le dio Ñico el recao de mi tía?

DON JELDRES.- A eso venimo. Pa arreglar la cuenta de los quesos y pa disfrutar del domingo y ver a la Florita que debe haber llegao de repámpanos.

DOÑA MECHE.- Y me vuelvo loquita por el campo... ¡Cuánto no le he dicho a éste que vendamos el almacén y nos compremos una hijuela!

DON JELDRES.- Que no pué sé...

DOÑA MECHE.- Cómo se las da de castizo, le hace falta la sociedá..., el clú..., el bambolla y el pelambre.

DON JELDRES.- Pues claro... Somos dos españoles en el pueblo y hemos fundao un Clú Ibérico. Yo soy el [27] presidente perpetuo y el otro es el vice. Y no hay más socios... Si no fuera por los ratitos que pasamos recordando a España y comentando los cablegramas, yo me habría muerto, me habría secao de pena... Que Algeciras, que San Jurjo, que Primo de Rivera... Porque, a decir verdad, no podemos ni jugar tresillo entre el vice y yo... ¿Y así querés vos que yo me soterre en el campo, entre los palos quemaos de los roces y me ponga más bruto y más triste de lo que estoy? No, mujer... Pídeme que me vaya a la Legión Extranjera...

CELINDA.- ¡Cómo tarda mi tía...!

DOÑA MECHE.- ¡La iremos a buscar mejor!

DON JELDRES.- Ya hemos descansao... El frutillar quea pa ese lao, ¿verdad?

CELINDA.- Sí, on Jeldres.

DON JELDRES.- Que te digo, que cada vez que ando por el campo, se me llena la cabeza de documentos y se me clavan entre las cejas los indios que me deben... Al don Alonso de Ercilla y Zúñiga, por su madre, yo le voy a meter su Araucana por las narices... Vamos, Meche..., que hemos venío a disfrutar del sol y del aire y ya parezco pastor evangélico... Pero yo no me moriré sin destripar a un indio pa que respeten los documentos y tengan responsabilidad, ¡eso es! Vamos, Meche...

DOÑA MECHE.- ¿Y los perros, Celinda?

CELINDA.- Los perros están amarraos. Vayan sin curdio...

DON JELDRES.- No se preocupe: si llamé al llegar, fue por fineza... Mire usté este palo e guindo... ¡Pa [28] mí, no hay más perros en er mundo que los indios...! (Mutis DON JELDRES y DOÑA MECHE.)

CELINDA (Dirigiéndose hacia afuera.).- Tuerzan a la derecha..., por ahí.

DON JELDRES.- Gracias, Celinda... (Pausa.)

REMIGIO (Entrando.).- Celinda...

CELINDA.- ¿A qué venís...? Hoy no estoy pa pláticas... Ando con los ñervios hechos peazos... Con estas sorpresas que tenimo ahora, no se puee vivir...

REMIGIO.- Cosas de la vía pues, Celinda...

CELINDA.- ¿Y Ñico? ¿Habís hablao con él?

REMIGIO.- Anoche estuvimos en l'era, hasta tarde.

CELINDA.- ¡Y qué te dijo!

REMIGIO.- Ná. Que había tenío sus palabreos con la viua... No te enojís; pero la Florita, tu hermana, es la que ha venío a armar la revoltura.

CELINDA.- Qué curpa tiene ella de ser bien parecía...

REMIGIO.- Lo mesmo digo yo. ¡Con esos ojazos de güey manzanera y ese cuerpo culebriao...! Yo me la queaba mirando cuando recién llegó y pa qué te igo cómo hilaba...

CELINDA.- Pero vos ya tenís dueña..., ¿no es cierto, Remigio?

REMIGIO.- Primero me caigo muerto antes que ligar con otra... Aunque sea más entallá que vos.

CELINDA.- ¿Y vos le habís contao al Ñico?

REMIGIO.- Le ije que nos andábamos entendiendo y él me ayúa, con una condición... [29]

CELINDA.- Ya se las tengo maliciá... Vos le llevai recaos a la Florita...

REMIGIO.- Mandao no es curpao...

CELINDA.- Y la Flora no mira mal al Ñico...

REMIGIO.- Pero la viua anda matrera.

CELINDA.- Y cuando sepa la verdá, el embrollo va a ser tremendo. Cuando sepa que el Ñico se compró zapatos pa parecerle bien a la Florita, que fue al pueblo a cortarse las chascas y que, en las noches... ¡Ay!, se me atoran las palabras en la garganta.

REMIGIO.- Que en las noches, salen pa debajo e los castaños...

CELINDA.- Y se están, ay, hasta la madrugá...

REMIGIO.- La curpa la tiene la viua... Traer pollas a este descampao, en que, las únicas mujeres que se ven, son la madre de uno o las indias chamalientas que hablan a gritos... Nosotros no somos ná de ulmo y también tenimos su peazo e corazón... Si hasta los perros lairan toa la noche buscando su compañía... ¿Y nosotros íbamos a espreciar lo presente? Renunca, pues, m'hijita, ¡si l'amor es más constante que la cizaña y crece más luego que el yuyo!

CELINDA.- Pa mí, Remigio, el amor es una enredadera: se me enredó el Ñico con la Florita y te enredaste vos conmigo...

REMIGIO.- ¡Benaiga, con la enredadera...!

CELINDA.- Pero mi tía anda más seria, callaíta, pensando y pensando... Yo le tengo mieo... Anoche no comió y llamó al Ñico pa su pieza... Lo que platicaron, no lo hemos sabío... [30]

REMIGIO.- Pa mí que la enreaera del Ñico se va a desenrear...

CELINDA.- ¿Y la Florita qué hará si ya está ilusioná con el Ñico?

REMIGIO.- Dirse... La viua da cavimento; pero que no le farten en ná.

CELINDA.- ¿Y aónde se va dir?

REMIGIO.- Dio ayuda a too el mundo... Lo qu'es a mí me farta tiempo y resuello pa quererte a vo y no me preocupan los males ajenos... El Ñico es harto hombre...

CELINDA.- ¡Es má hombre mi tía!

REMIGIO.- Tamién es cierto... Nosotros campeamos lo que pasa y callamos... T'apostaría que on Jeldres la aconseja pa su lao... Ese gringo colorao, que me parece pavo mechón, con tal de estar en las güenas con la viua, es capacito de malogramos toos...

CELINDA.- Y vos no tenís mico...

REMIGIO.- Algo... Pero qué mi hacen a mí; si no respetan mis sembraos... Yo sentiría la trifulca por vos...

CELINDA.- Andavete, entonces... ¿querís?

REMIGIO.- Ya estoy encerrao... Ellos deben venir por el camino del frente y me pueen ver salir... Me esconderé en la boega... Yo en jamasito me meto en la casa de la viua sin su permiso... (Pausa.) ¿Y va a dejar a su negro dirse así? ¿No se apensiona de verme encerrao ey dentro? ¡Prométame siquiera que va a salir a platicar a la noche!

CELINDA.- Andavete luego... Sí saldré, pero un ratito: mira que las noches están tan oscuras. [31]

REMIGIO.- ¿Ni un abrazo me va a dal? (Haciendo amago de abrazarla.)

CELINDA.- ¡No me toquís...!, hasta que no te compromisai conmigo...

REMIGIO.- ¡Ni que juerai guitarra pa tocala a la señorita...! Pero esta noche...

CELINDA.- Esta noche..., güeno... Pero si no se ven ni las manos...

REMIGIO.- ¿Diaónde saca esas coilas...? Si p'al amor toos somos tucúqueres. (Mutis a la bodega.)

CELINDA.- Si no juera por el tiempo que tengo con éste..., yo me encerraba en la cocina... Me palpita que va a pasar más de algo... Por ey vienen. (Se va cantando «Corazones partidos»:)
Lo doy entero si,
Chilena hacele
con la punta'el pañuelo
los cascabeles si, ay, ay, ay, ay...

LA VIUDA.- Este año haré plantar cuatro melgas más.

DON JELDRES.- Son fresones de la Tierra Prometía... Tién más carne que una mujer de quince... (Mirando pícaramente a FLORITA.)

DOÑA MECHE.- Cállate tú..., que hay niñas solteras por delante.

DON JELDRES.- Pero, mujé... Si la Florita disculpa las galanterías de los hombres rúos... ¿O acaso comparar [32] las mujeres con las frutillas es un delito? Mira como reza: boquita e guinda, carne e frutilla, ¡eso es!

FLORITA.- Siempre usted de buen humor, don Jeldres.

DOÑA MECHE.- Es que, pa entusiasmarse, no hay como la primavera... Toos somos cigarras...

FLORITA.- Y eso que está bien conservao...

DOÑA MECHE.- Se conserva en alcohol... Se santigua en la mañana chupilca y en la noche hace examen de conciencia con un guindao de 43 grados, que pela el gaznate...

DON JELDRES.- Y duermo soñando como un faraón...

LA VIUDA.- Yo tamién tengo ey dentro un asoleado de Cauquenes que me mandó del norte un primo hermano...

DON JELDRES.- ¡Con su amigo, que yo tengo má sé que un barbecho cruzao en febrero!

LA VIUDA.- No se hagan de rogar, entonces... Pasemo...

DON JELDRES.- Esos asoleados de Cauquenes y los pajaretes del Huasco me hacen recordar los caldos de mi tierra...

LA VIUDA.- Me alegra que, en mi casa, tenga esos gustos...

DON JELDRES.- Muchas gracias, señora...

LA VIUDA.- Y no ha de faltar algo pa entretener el diente... Pasemo...

DOÑA MECHE.- Gracias... Porque si éste bebe sin comer, de aquí no lo saco ni con una yunta e güeyes...

DON JELDRES.- Modérate, Meche... Si aquí tamién [33] hay techo y entre toas las hijuelas del contorno en ninguna hay mejor mesa ni mejor mosto ni más amabilidá que en la de la viuda de Apablaza. Aquí uno está en el ciclo...

LA VIUDA.- Cumplíos suyos, on Jeldres. Aquí hay cavimento y güena disposición pa recebir a las visitas... Aquí no hay trancas en las puertas pa los conocíos que se aprecean...

DON JELDRES (Aparte.).- Eso..., eso que se lo pregunten al Ñico.

LA VIUDA.- Aelante, pué...

DOÑA MECHE.- Gracias... (Mutis LA VIUDA, DOÑA MECHE y CELINDA. Pausa.)

DON JELDRES.- Y usted, Florita, ¿no nos acompaña?

FLORITA.- Ya voy, don Jeldres. Me duele un poco la cintura de tanto recoger frutillas... Voy enseguidita... (Pausa.)

DON JELDRES.- ¿Es cierto, Florita, que usted no volverá más a Santiago?

FLORITA.- Así parece... Me hastió la ciudad...

DON JELDRES.- Algún desengañito, ¿verdad?

FLORITA.- Nada más que buscar la sinceridad de la vida. En la ciudad se falsea todo y como yo tengo mis despuntes románticos... ¿Ha comprendido usted?

DON JELDRES (Suspirando.).- Entendido... Y, ¿vivirá usted aquí con su tía?

FLORITA.- Seguramente.

DON JELDRES.- Entonces tendremos frutillas todo el año... ¡Eso es...! Y este paisanote podrá venir más de continuo, a presumir de joven, porque, cuando en una [34] casa entra el sol, toos nos afiebramos... He hablado en castizo y porque usted es una alegoría de mi sangre, es decir, de la sangre española fundía en esta fragua mapuche... Yo, a usted, la pintaría al óleo pa ponerla detrás del mostraor de mi almacén... (Entra ÑICO, de repente, con dos baldes de leche, y se queda mudo escuchando el discurso de DON JELDRES.) Y pa que, después de l'oración, cuando se escurece y los murciélagos se vienen a los pañuelos de narices, usted iluminara... (Al ver a ÑICO, se calla repentinamente.)

FLORITA.- Muy bonito, don Jeldres, siga usted.

ÑICO.- ¡Siga pa'entro, iñol, que lo están esperando!

DON JELDRES (Aparte, refunfuñando.).- ¡Vaya un animal inoportuno...! Cuando estaba inspirao... ¡Sigo pa'entro...! (Mutis. FLORITA se ríe a carcajadas.)

ÑICO.- ¡Y yo que venía con toa la leche...! Tamién on Jeldres anda a las güeltas...

FLORITA.- Los conozco demasiado... Amarraos toa la vida a un sargento de mujer, no desperdician la ocasión de decir zalamerías a las mujeres mejores parecías que la propia... Son inofensivos... ¿O eres capaz de ponerte celoso por ese vejete de don Jeldres?

ÑICO.- No. Tengo harta confianza en usted. Por algo llegó aquí a buscarme un sentimiento que yo no me conocía...

FLORITA.- ¿Te arrepientes, acaso...?

ÑICO.- Eso nunca... Muy dura ha sío la vida... Desde que abrí los ojos, no ey hecho otra cosa que trabajar desde el alba a la oscurana... Pa la suerte mía, soy robusto y no me apensiona ná. Pero nunca me había [35] puesto a pensar que too esto se acabará y yo tendré que buscar mi puebla y quien me cuide... Llegó usted y las cosas van cambeando... Se me han quitao las ganas de trabajar y me paso mano sobre mano, perdía la caeza, y mirándola, aunque usted no esté ilante... ¡Ni que hubiera ojiao!

FLORITA.- Eso, Ñico, es el cariño que se le entra a uno como un mal, como un postema, como un pasmo en el corazón... Y, cuando se aquerencian dos almas, no hay más remedio que juntarse, que trenzarse, como cuando se corta un látigo en dos pedazos...

ÑICO.- Ya sabía esa nombrá; y con ese látigo, se hace la marcorna... La viua me ijo cuantuá qu'el hombre debía pensar má en comer, dormir y trabajar... Que debía tener su debiliá en el corazón y sufrir por una mujer... Yo no sé pa qué me diría esas payas cuando aquí, las mujeres, hay que buscarlas con candil...

FLORITA.- ¡Bien haya que así fuera...!, porque de no, habría llegao a esta casa y no habría encontrao la ilusión que dejé cuando me fui muchacha para la ciudad. ¿Te acordai, Ñico, cuando íbamos a los digüeñes? ¿Cuando tú me traíai esas aldás de cógiles y los comíamos juntitos...? Y después corríamos por el campo, hasta que el corazón se me arrancaba del pecho y vos me tapabai con copihues y con flores de conelo y hacías cuencas en las manos para traerme agua de la vertiente... ¿Te acordai?

ÑICO.- ¡No vi a acordar...! Cuando una vez que usted se cansó y yo la traje en brazos, sentí en mi cara su resuello olorocito... Desde entonces, Florita, yo tenía [36] una pena enrabiá y cuando pensaba que usted estaba relejos, en la ciudá, m'iba andar por donde mesmo la vide correr... Y muchas pensé enamorarme e la Celinda, pa sentir cerca algo de su sangrecita... Pero la Celinda no tenía su alegría ni su carácter ni sus ojos ni ese resuello que no se olvidó nunquita... Y esperé, esperé como esperamo que nazca el trigo, que crezca, que macolle, que espigue y nos dé su rendimiento... Y, ahora que usted llega, ya estoy guainón, sé trabajar y tengo que dir pensando en algo más qu'en comer y dormir, como ice la viua...

FLORITA.- ¡Qué alegría me da oírte hablar así...! ¿Y me querís como antes de irme para el pueblo..., aunque te murmuren de mí?

ÑICO.- Yo la quiero como la conocí... Más mujer ahora y con dolores en los ojos, que algo malo habrán visto por esos pueblos, pa eso estoy yo pa consolala y cuidala...

FLORITA.- Me habís enternecío... Tú eres muy bueno, Ñico...

ÑICO.- Así no má... Guacho sufrío...

FLORITA.- ¿Y no habís pensao en la tristeza de mi tía...? Si anda muere... No habla palabra... ¿Tú sabes algo? Dime... (ÑICO agacha la cabeza.) ¿Y te callai? Dime, Ñico, ¿por qué anda enrabiá...?

ÑICO.- Es qui'anoche, cuando salimos pa'cá, yo sentí crujir sus ventanas...

FLORITA.- ¿Nos está espiando, entonces?

ÑICO.- Así parece... Esta mañana, me dio una miré [37] fiera, larga, clavaora... Y espués me golvió la esparda, sin chillar...

FLORITA.- ¿Y tú qué piensas hacer?

ÑICO.- Decile lo que tengo que decile... Que yo tengo mi querer y que un hombre trabajaor como yo tiene derecho a buscarse su compaña y qu'esa compaña es usted.

FLORITA.- ¿Y te atreverís, Ñico?

ÑICO.- Por esta crú... (Se besa la cruz de los dedos.) ¡Si con mi trabajo pueo mantener de más una mujer y hasta con pollos...! Pa eso tengo dos yuntas de güeyes paleros, un caballo con too apero y cuatro vacas parias... Y, entre trigo y avena, mías tengo sus nueve cuairas...

FLORITA.- ¿Y te arreglarís en una puebla conmigo?

ÑICO.- Me parece. Y nos casamos pa después de las cosechas. A naiden ley vendío un almú en yerba... Recogeré too mi trigo y lo venderé al que me pague mejor... Porque el triguito tamién es limosna... Pa eso, soy libre, ¡y naiden manda aquí aentro! (Se golpea el pecho.)

FLORITA.- ¡Cómo te quiero, Ñico...! Si en los pueblos fueran las gentes como vos, el mundo sería otra cosa...

ÑICO.- Y usted no se habría venío pa'cá, entonces... Y este pobre guacho se habría quedao solo toa la vía...

FLORITA.- Juraría que he sentido a alguien en la bodega...

ÑICO.- Tá difariando usted.

FLORITA.- Yo creo que nos espían...

ÑICO.- Pero si la viua tá ey dentro con on Jeldres. [38]

FLORITA.- Asómate, ¿querís?

ÑICO.- P'al trabajo que me cuesta desengañala... (Va a la bodega y sale empujando a REMIGIO.)

FLORITA.- ¡Era Remigio...!

ÑICO.- Estaba rezando una manda a la Candelaria...

REMIGIO-. Comu'es domingo, escansaba haciendo hora pa dir a los terneros.

FLORITA.- ¿No le estarías rezando a la Celinda...?

REMIGIO.- ¡Chi...! Ni la conozco e nombre...

ÑICO.- Si andái etrás de la Celinda, anda a las güenas, porque vos sabís que yo la quiero como una mesma hermana...

REMIGIO.- Pa qué les voy a negar, entonces... Nos querimos y nos vamos a casar pa las cosechas... Vamos a ser más felices que las torcazas...

ÑICO.- Parece que la tentación ha entrao por toas partes... ¡En no habiendo como empezar a entenderse pa enredarse hasta los ojos...!

REMIGIO.- Mire, Florita, hacen falta bocas pa comerse lo que ganamos a la tierra. ¡Es más rendiora, por la madre!

ÑICO.- Ya ve usted que toos somos hombres güenos... Y usted, no ice ná... Tá callaíta ey... ¿Que no le gusta qu'estos pobres labraores e la Frontera tengan su feliciá..., y se quieran..., y tengan su alegría...? ¡Venga p'acá pa abrazala...! Yo tamién, Remigio... Yo tamién...

REMIGIO.- ¿Te casai pa después de las cosechas...?

ÑICO.- Tamién me casaré en mayo...

REMIGIO.- ¡Éste es brote, mi'alma! Pa entonces tenimo [39] plata e sobra, como muelas e gallo... Yo, a la Celinda, le voy a regalar un corte e blusa, unas medias e sea y unos zapatos e cabritilla más lindos qu'esos que compró la viua en Temuco...

FLORITA.- Yo me conformo con que me querai...

REMIGIO.- Píale algo... ¡Si este Ñico tiene má suerte con las siembras! Ni una maleza, ni una cizaña, ni un cardo, ¡y esas medias espigas que se revientan como cuetes...! El otro día conté sesenta y dos granos de una sola espiga... ¡Sesenta y dos granos de trigo «Primavera»...!

LA VIUDA (Entrando.).- Así es que, cuando yo tengo visitas en mi casa, ustedes se discurpan de cualquier laya pa no atendelas... ¡Hase visto!

FLORITA.- Si estaba descansando...

LA VIUDA.- Incivilizá... ¿Por qué no vai entre la gente...? On Jeldres, a caa rato, priduntando por su mercé... A las visitas, hay que poneles güena cara, contimá qu'él me toma toos los quesos y ni se regodea pa pesar los quintales...

FLORITA.- No le digo, tía, que estaba descansando...

LA VIUDA.- ¡Bonita manera de escansar...! Anda p'allá y dile qu'es conveniencia p'al negocio y como a vos te gustan los letraos, de la hebra se saca el ovillo... Y decile a la Celinda que le vaya a icile a la Juana que se va a quear a comer..., que preparen una mayonesa e salmón y que pongan un costillar al asaor..., y que maten gallina y que machuque charqui p'al valdiviano... Y vos (A FLORITA.) te queai en el comeor... Dale conversa y que no le falten gárgaras de asoleao... ¡Miren [40] con la señorita, escansando cuando una tiene visitas de importancia...!

FLORITA.- Está bien, tía. (Mutis.)

LA VIUDA.- ¿Y vos, Remigio?

REMIGIO.- ¡Mande!

LA VIUDA.- Andavé a encerrar los terneros... Ya debían estar enchiquereaos. Mañana me dan poca leche las vacas porque los terneros pasan teteando hasta l'oración.

REMIGIO.- Curpa mía nu'es.

LA VIUDA.- ¡Tate callao, mermuraor! Me debís hacer caso y encerrar los terneros a las cuatro... Ya sabís vos que son las cuatro cuando la sombra de las casas llega al cerco... Y que te güelva a enseñar el reló... Aemás, ensilla tu bestia y vai a dir al pueblo a ecir en el almacén que on Jeldres y doña Meche no se van esta noche porque están en gusto con la viua. Que no los esperen y que mañana, si están con el cuerpo güeno, podrán dirse... Day el recao sin mermurar... Y como hoy quiero que toa mi gente esté contenta y alegre, te traís dos cántaros de pipeño a lo de on Sanbueza..., pa ustedes... Covidai a Fidel y a Custodio. ¡Ya! ¡Te juiste, moleera...! Too que me lo apunten... Andavete y que golvai al tiro...

REMIGIO.- Güeno, su mercé... (Aparte.) ¡Ésta sí qu'es grande!... ¡La viua a medio filo! Esta noche se quema la casa... (Mutis. Pausa.)

LA VIUDA (A ÑICO.).- ¿Y vos, no hablai? ¿Qué te habíai hecho?

ÑICO.- Por aquí andaba... Mande no má. [41]

LA VIUDA.- ¿Que no sabís qu'es domingo...? ¿Y que escansar..., y que tu patrona está contenta..., y que hay que estar en gusto, aunque sea pa la cuaresma...?

ÑICO.- Así lo estoy viendo...

LA VIUDA.- ¿Entonces...?

ÑICO.- Si yo no digo ná... Usted está en su gusto con on Jeldres ¡y yo qué le vi a icile, pus!

LA VIUDA.- ¡Eso creís vos porque soy un inorante...! Si ahora ando puesta es porque tengo que criar valor pa icite unas cuantas palabras. Muy platúa seré, pero hay cosas en la vía que necesitan má juerza que la que una tiene... Aguárdate no má... (Llamando.) ¡Celinda...! ¡Celinda...!

CELINDA (Entrando rápidamente.).- ¡Mande!

LA VIUDA.- Acarréate una botella y dos vasos...

CELINDA.- ¡Qué me emoro...! (Mutis. Pausa.)

LA VIUDA.- ¿No tendré derecho entonces a tomar, marío a mano, con el que curdia mis sembraos, con el que me vende los quesos, con el que campea mis animales y qu'es, aquí, en m'hijuela, el hombre pa too...? ¿Se disgustarán las visitas si la viua de Apablaza se confiancea con el hijo de su finao...? Pa eso mando yo...

ÑICO.- Muchas gracias, su mercé...

LA VIUDA.- Guárdate la mercé... Vos sabí qu'eres más que capataz, más que admenistrador, más que too... Vos soi la sobra del finao... (CELINDA llega con el vino y los vasos.)

CELINDA.- Aquí está, tía...

LA VIUDA.- Anda pa la cocina y que preparen lo que te ije... Como e tu mano quiero que queen las cosas [42] y que naiden rezongue después de mis causeos... (Mutis CELINDA. LA VIUDA llena los vasos y sirve.)

ÑICO.- Me da vergüenza tomar ilante e su mercé...

LA VIUDA.- ¡Te l'hago, Ñico...!

ÑICO.- Se la pago, pues...

LA VIUDA.- El vino alienta la confianza, Ñico...

ÑICO.- Yo tamién quería hablale de algo que tengo metío en la caeza y que me tiene sin dormir...

LA VIUDA.- ¡Ya me lo han contao too...! ¿Qué t'estábai creyendo..., que en mi casa yo no sigo hasta los trancos del gato? Yo siempre estoy de güelta cuando ustedes se van... ¡Por algo soy más vieja y más matrera...!

ÑICO.- Yo no ey fartao en ná... Los asuntos que me traen apensionados son con la Florita...

LA VIUDA.- ¡Cállate, Ñico...! A eso mesmo vengo yo...

ÑICO.- Quiero que me consienta casarme con ella... Nos querimos y too depende de su voluntá...

LA VIUDA.- Pues mi voluntá y'astá formalizá... No te casarís con ella.

ÑICO.- ¿Y por qué? Si too quea en la familia... Pa eso es su sobrina... Y yo le sigo sirviendo, como usted mande...

LA VIUDA.- Tey de hablar como hombre... Vos me conocís el carácter y sabís que yo no ando con rodeos...

ÑICO.- Usted dirá, entonces...

LA VIUDA.- Siéntate aquí, a mi lao... (Pausa. ÑICO da vueltas a su sombrero nerviosamente.) Cuando murió mi finao..., naiden quería recogerte porque icían qu'erai un guacho perdío... Te espreciaban porque no teníai [43] nombre. Andábay de rancha en rancha, con las carnes al adre y limosniando un peazo e pan... Y entonces, entonces yo te recogí, t'ice lavar y te di ropa... Aquí, en esta casa, aprendiste a ser hombre... Te mandé a la escuela, y, ahora que tenís veinte años, de agraecío con la viua, querís casate con la Flora y abandoname... ¡Ya te mataron el hambre y te dieron techo...!, ¡agora espréciame...! ¡Que la viua se mortifique con los piones y que rabee too el santo día...! ¡Pa eso es platúa y es brava...!

ÑICO.- Qué le voy a contestar, si no sé dicile lo agraecío qu'estoy... Too lo que tengo se lo debo a usted. Si usted no me hubiera recogío, ¡quién sabe cuántos quiltrazos me habría dao en la vía...!

LA VIUDA.- Te parecís al finao, qu'es tu padre... Tenís las mesmas hechuras dél; los ojos íden cuando él era guaina y estábamos enamoraos... (Suspira hondamente.) ¡No te casís, Ñico...! Toas esas tierras y la plata son pa vos..., pero habís de quearte conmigo... ¡Cuánto t'estay formando tus realitos, ya querís encalillarte con una mujer...!

ÑICO.- Tengo da la palabra...

LA VIUDA.- ¡La desempeñai, pus Ñico...! Los enamoraos cambean como'sté el puelche y como sople la travesía... Si te guiai de mis consejos, te irá rebién...

ÑICO.- Como le ijera... Es qu'uno ya va necesitando su mujer... Pa vivir, no habiendo como la plata..., pero la mujer, tamién...

LA VIUDA (Levantándose.).- ¿Y vai a preferir vos una mujer cualquiera, sin riales, que te sea un estorbo y que te pía hasta los ojos...? [44]

ÑICO.- Pa eso soy alentao...

LA VIUDA.- Pero aquí se hace mi voluntá... ¡Por algo tey criao y soy mío. Desde hoy en adelante, vos reemplazá al finao...! Tuyas son las tierras, la plata y... la viua. Mandarís más que yo... Porqu'ey tenío que verte queriendo a otra pa saber que yo te quería como naiden, como naiden te podía querer... (Lo abraza estrechamente.) ¡Mi guacho querío! ¡Mi guachito lindo! [45]


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Tercer Acto

El mismo escenario de los actos anteriores. Van corridos dos años. Al levantarse el telón, aparecen LOS TRES PEONES, sentados en el suelo, fumando automáticamente.


LA VIUDA (Iracunda, se pasea accionando.).- ¡Creen que, aculataos ey, van a tener mejor cosecha! Sacaores de güelta no má, ya tendrían cabriao a otro patrón y les habría cortao la galleta... Pero como aquí se discurpa too y caa uno tira pa su lao, los guainas pasan boqueando el pañecito... Les priduntan argo y los odiosos se quean hilando babas... Como si a una no le queara derecho a saber de sus cosas... A ver vos, Remigio, ¿por qué no me icís qué se han hecho la yunta del Precioso con el Caballero? A talaje, no lo han podío mandal porque el treal está como nacío en roce... ¡Contesta, moleera...! (Pausa.) Y a vos, Fidel, ¿quién ti ha dao permiso pa tener [46] en l'hijuela una bestia paría...? No saben hablal los niños medianos... Y el Custodio ey, que no puee dar razón entuavía de esa avena que se llevó pa los chanchos y que los chanchos no han olío siquerita porque están como soguilla e flacos... No saben ná... Callaos ey, como si los acusara el pecao... Ya pué, ¿me van a dicir ónde está la yunta e güeyes paleros?

LOS TRES PEONES.- La ferió el patrón on Ñico...

LA VIUDA.- ¿Cómo?

LOS TRES PEONES.- D'él eran, pue...

LA VIUDA (Pausa.).- Tamién es cierto... Bien dueño qu'es él de hacer y deshacer de too... Con haberme dicho que Ñico los había vendío, estaba too arreglao y no andame arrancando las priduntas como huillines... Tienen que poneles pial en la lengua pa que suelten las palabras... Seré forastera aquí, entonces...

ÑICO (Entrando.).- ¿Qué gritaera es ésta...? (Pausa.) Señora, ya vaya pa'entro... Ya ley dicho que, con los trabajaores, m'entiendo yo... Vaya pa'entro, señora... (Mutis silencioso de LA VIUDA.)

LOS TRES PEONES (Levantándose y sacándose el sombrero.).- Güenas tardes, patrón...

ÑICO.- ¿Que no me dieron ya los güenos días...? Entonces, ¿pa qué tanto salúo a caa rato...? ¡Claro que mi'han visto las canillas! ¡Pero cuantuá...! Ahora no sabía yo qu'el Ñico, que ustedes vieron a pata pelá, había que andar sobándole el lomo, como bestia arisca... ¡Güenas tardes, patrón! ¡Cuando antes se acalambraban toos pa ayudarme a lechar...! Tamién es cierto que, con esta media facha, se le entra el habla a cualquiera... (Pausa.) [47] Vamos a ver, ¿pa qué me querían los gañanes...? ¡Pa qué será...! Pa que les valga, ¿nu'es cierto...? ¡Cómo les voy a ecir que no, cuando son firmeros...! Güeno: vayan a «La Paloma» y pían hasta veinte pesos caa uno... Y no se dilaten mucho que tenimos que medir el cerco de palo e pique que m'hicieron al lao el puente e «Los Pilos».

FIDEL.- Yo no voy a poder dir porque mi bestia está con un pulmón...

ÑICO.- Vay en el caballo e Remigio y le traís las faltas a él porque a Remigio lo necesito...

CUSTODIO.- Y en plata, ¿no nos poiría valer algo? Un algo na más... Mire qu'estamos «puro, Chile...»

ÑICO.- ¿Y pa qué quieren plata...?

CUSTODIO.- Las cosas de su mercé...

ÑICO.- Pa ponerle al guargüero ¿nu'es cierto? Con dos pesos, tiene hasta pa pagar la multa al dragoneante del retén... Toma.

CUSTODIO.- Gracias, patrón.

FIDEL.- Y a mí, válgame otros dos porque yo no me parto con Custodio...

ÑICO.- También vos... Toma... Son seis pesos entre los dos...

CUSTODIO.- ¡Cómo, patrón, si jueron dos pesos a cada uno...!

ÑICO.- Son seis pus, inorante...

FIDEL.- Si dos y dos son cuatro...

ÑICO.- Tate callao. Si aquí, en el campo, dos y dos pesos prestaos son seis. ¿No vis que van ganando lo mesmo que en el Banco...? [48]

CUSTODIO-. Así ¡hasta quién no se hace rico...! (Mutis.)

ÑICO.- Si van mermurando, degüélvanlos... ¡Mes que niñazos!

FIDEL.- Pa las cosechas se los vamos a degolver... (Mutis.)

ÑICO.- Clarito... A diez cobre el kilo e trigo, me llevan más o menos, cinco almúes... Pían no más... (Pausa, mientras apunta en una libreta.) Pían no má... Fidel Arévalo, tres pesos y veinte en «La Paloma»... Custodio Arce, tres pesos y veinte en «La Paloma»... Suma: sesenta pesos... Ésta es la cuenta con recacha, por peír fiao.

REMIGIO.- Y a mí no apuntai los veinte...

ÑICO.- Vos vai librao conmigo... ¿Y qué contai?

REMIGIO.- Como se piden no má... Lo tengo too arreglao...

ÑICO.- ¡Me gustai por lo aniñao que soi!

REMIGIO.- Así, así no más Ñiquito... La pobre Florita llega a bailar e gusto y la Celinda se pavonea orgullosa con el arreglo porque ice que agora van a vivir como personas..., aunque la viua les caiga más pesá que un caldo e chancho...

ÑICO.- Taba en lo justo no má...

REMIGIO.- Es que vos, Ñico, tenís el corazón como brazo e mar... Y no habís envanecío con la mucha plata, con los muchos animales y con la mucha bota e calzón... ¡Y hay que ver la paraíta que te gastai...!

ÑICO.- Toy perfeutamente e patrón ¿nu'es cierto...? Me ha cambeao la compostura, pero el corazón lo tengo [49] intauto ¡el mesmo corazón guacho perdío...! (Se ríen y se palmotean.)

DON JELDRES (Entrando.).- ¿Hay gente por aquí?

ÑICO.- Ailante, iñol... Pase p'acá...

DON JELDRES.- Buenas tardes...

ÑICO.- Como todos los días...

DON JELDRES.- La felicidá anda enyugá con la plata...

ÑICO.- ¡Cómo no pué, on Jeldres...! ¿Usted venía por la cuenta e los quesos?

DON JELDRES.- Exactamente...

ÑICO.- La platita, pásela p'acá..., y la tertulia con la señora porque a mí, me discurpa la conversa, mire que tengo que remarcar unos novillos... Anda la nata e cuatreros y, cuando pasan arreos de Pucón, los caminos son tan bien reliberales que tiran los propios y lo d'iuno, lo comprao y lo cuatreriao... Por eso, yo marco en la paleta y en el cacho izquierdo... (Llamando.) ¡Señora...! ¡Señooooraaa...! Aquí está on Jeldres que quiere echar una parrafá... (A REMIGIO.) ¿Tá encendía la fogata?

REMIGIO.- Ratazo... Y la gallá tá lista...

ÑICO.- Güeno... Apúrese pus, señora... Mire que también on Jeldres tiene aburrieras... Marcar animales es lo mesmo que sacar carnete..., güeyes y vacas jardines, neblinas, limones, chupilcas, cabritos, lagartitos, overos, rosaos hay qu'es vicio... Pero N. A. Nicolás Apablaza, nuhay ná más qu'ino desde el mar a la montaña y espero, con el favor e Dio, llegar a quejarme e rico...

LA VIUDA (Entrando.).- Güenas tardes, on Jeldres. [50]

DON JELDRES.- Buenas tardes, mi señora... Pa servirla...

ÑICO.- Le estaba iciendo que yo me voy a la remarca... Usted lo atiende y parrafea con él.

DON JELDRES.- Gracias, Ñico...

ÑICO.- La platita la guarda Ñico y les eja la tertulia... Güelvo al tiro. ¿Qué me emoro? (A REMIGIO.) ¿Tienen toas las maneas...? ¿Llevaste el lazo mío?

REMIGIO.- Tá too en el corral.

ÑICO.- Los terneros di'año los marcamos mañana...

REMIGIO.- Como te parezca a vos...

ÑICO.- ¡Si es orden mía, baboso...! ¿Te voy a peír licencia pa mandal?

REMIGIO.- Callao el loro comiendo nueces, entonces...

ÑICO.- Pasa la marca... ¡Qué me emoro en golver...! (Mutis con REMIGIO. Pausa.)

DON JELDRES (Mirando a todos lados.).- Ya va lejos... Ahora ya se puee hablar.

LA VIUDA.- Pa darle gusto a la lengua..., porque ya no sacamos ná...

DON JELDRES.- ¿Tan perdío lo cree usted? No se desespere usted, señora. La vida da más vueltas que un ratón entrampao... En mi tierra, mientras lloramos las penas con un sólo ojo, el otro nos zandunguea... Está viejo Pedro pa cabrero y la tortilla se vuelve, los pobres comen pan y los ricos..., yerba. Y viciversa...

LA VIUDA.- Nos dormimos cantando..., y amanecimos dijuntos...

DON JELDRES.- Es la letra; pero hay que tener los [51] nervios en un puño y al corazón ponerle una pared de cemento armado... Cuando se razona con esto (Se toca la cabeza.) y esto (Se toca la región del corazón.) es bofe pa los perros, se solucionan toas las dificultades y la persona puee alentar lo que le da la gana... Lo demás es baile de cernícalo... ¡Apechugue, señora, y sea hombre como lo ha sido toa la vida...!

LA VIUDA.- Eso quisiera, on Jeldres, pero estoy con el mal: la goluntá la tengo en los suecos...

DON JELDRES.- ¡Parece mentira que usted, que tiene ají mirasol en las venas, esté ahora más delicá que un cristal de escarcha...! Hoy mismo dígale a Ñico que, si le trae a la Flora a esta casa, usted le quita la administración, le anula el poder. ¡Hasta cuándo le da larga a ese malagradecío!

LA VIUDA.- La curpa jué mía y las cosas no tienen remedio... Estoy fregá en mis intereses y en mis sentimientos. ¡Ey caío como una coipa vieja en el cebo!

DON JELDRES.- ¿Acaso usted le traspasó las hijuelas, los animales...?

LA VIUDA.- Los aperos y diun cuantuay... Ya no tengo ná de qué disponer... ¡Hay que ver cómo me han emborrachao la perdí...! Juimos a Temuco y ey me hizo firmar la colchá e papeles de traspaso... ¡Qué m'importaba a mí la plata si yo me creída dueña del dueño e too!

DON JELDRES.- Equívocos de la vida... No se ve nada ni se oyen los buenos consejos, cuando el alma está infestá...

LA VIUDA.- Disimuló como tres meses... Después, [52] destapó el almú... ¡Cuántas noches no ey pasao sola entre estas paredes, agonizando e dolor y mascándome la hiel de la rabia...! Sin pegar pestaña, me levantaba al claro del alba, a catealo; pero ni asomos dél...

DON JELDRES.- Remoliendo la plata suya...

LA VIUDA.- Eso no sería ná. La plata güelve toos los años... ¡Es más güena la tierra! Pero un día, llegó seriazo y me ijo: «Señora, yo la respeto a usted, como la ey respetao siempre; pero estoy enamorao de la Flora... Aquí, no hay más que un cariño de entenao y el casamiento e nosotros jué un cuento julero». Me ijo que era un hombre guaina y que tenía recachá en el corazón l'ilusión de la Flora... Ey llorao com'una chiquilla y too ese valor, esa bravura di'hombre qu'era mi orgullo jué un ánima en pena de la viua de antes... On Jeldres, ey salío a conversar sola, solita, a desahogame por el campo que jué mío y esos coigües retorcíos de la requema parecían los esqueletos de mi goluntá... Toy seca e llorar, de apensioná... Caminando pa la vejez, creída yo que mi guacho Ñico m'iba a dar ese cariño, ese consuelo que no lo da la plata... Y agora, ey perdío too y tamién a él...

DON JELDRES.- No se aflija, señora... Ñico, a pesar de too, nu'es un mal hombre... Es un montaraz, un cabro sin experiencia, que se rindió a los instintos de su juventud; pero yo, que conozco a los hombres, he visto que tiene por usted un respeto de hijo... Podría él estar en propiedad de sus derechos sobre tierras, animales y enseres; pero esa gratitud que lo hizo obedecerle para que se casara con usted, es más grande que ese instinto [53] que lo atrae a la carne tierna de la Flora. Hay vínculos santificados por el agradecimiento y ni el perro que criamos para nuestra guarda es capaz de mordernos en la noche: nos reconoce por el olfato... No se desespere... Usted es siempre aquí la viuda de Apablaza, sin amor y sin tierras... Como yo seré, mientras viva, un español que vino a hacer la América y sólo encontró el desamor de la fortuna.

LA VIUDA.- Y hoy la veré llegar... Ya les preparé las camas y he dispuesto la comía... Si Dios me diera un minuto de energía la viua de Apablaza no sufriría esa vergüenza de recibir en su casa a esa entrometía de la Flora... ¿Ónde está mi goluntá de fierro? ¿De aónde mi'ha llegao esta flaqueza de mujer?

DON JELDRES.- Lo que Dios dispone nadie lo sabe ni lo puede calcular... Si es pa bien o es pa mal... ¡Ponga el cuero duro, señora...! Ya me voy... La llevo metía aentro... Esta noche hemos de conversar con la Meche para desearle conformiá... Deme un abrazo, señora, y no se aflija... Somos dos fracasados: yo en hacer la América y usted, en rehacer su vida... ¡Cuándo será el día que la güelva a ver decidía y brava, como era su nombrá por los contornos!

LA VIUDA.- ¡Nunca má, on Jeldres...! Ya'estoy consumía...

DON JELDRES.- Bueno..., adiosito... Y las penas, a la espalda. Mire usted mi optimismo. Si parece que tuviera veinte años... Despíame de Ñico...

LA VIUDA.- Recuerdo pa doña Meche... [54]

DON JELDRES.- Gracias... De su parte, se los voy a dar. Adiosito y que se conserve... (Mutis.)

LA VIUDA.- Ni un novillo me quea... Ya'etá remarcá toa la hacienda... Ni una pulgá e tierra. Ñico la incribió toa a su nombre y pagó las contribuciones. No le quea má remedio a la viua de Apablaza que sentase al fogón a tostar en la cayana pa que sus mercées tengan harina fresca y llename la vía de pulchén... En un soplo e dos años, se deshizo too como si el finao me hubiera dejao, en vez de fortuna, un puñao de humo...

ÑICO (Desde afuera, haciendo bocina con las manos.).- ¡Más que tiento pa lazo...! ¡Cabrero me tenís pa arrear los novillos...! Creis que son tuyos y casi me los despaletai... Pa otra güelta, a vos te voy a correr en vaca... Nacío y criao entre bestias y no sabe atajar la arranca... ¡Deja el caballo solo, estúpedo, que sabe má que vos...!

REMIGIO (Trayendo los lazos, maneas y marca.).- ¡Cómo querís que sepa picar la güelta, si ha sío carretero toa la vía...!

ÑICO.- Tamién es cierto... ¡Cómo le voy a peír a estos desgraciaos que no sean animales con sus semejantes! (Dirigiéndose a LA VIUDA.) ¿Se jué on Jeldres?

LA VIUDA.- Sí... Se jué hace un soplo.

ÑICO.- Parrafiaron.

LA VIUDA.- Un algo conversamos...

ÑICO.- Güeno. (Pausa.) Ya tengo da las órdenes... ¿Usted m'entiende, nu'es cierto?

LA VIUDA.- Muy a mi pesar, te tengo qu'entender.

ÑICO.- Mirá, Remigio..., entonces te las vai a trer... [55] Que manda decir la viua que aquí tienen su cabimento... Usted m'entiende tamién... Anda vete entonces y que las quiero ver aquí antes de l'oración...

REMIGIO.- En dos pestañazos traigo a las niñas... Los trastos los acarriamos mañana, si le parece...

LA VIUDA.- Entonces ¿yo no pueo poner reparos? Si ya lo tienen too dispuesto, ¡mátenme mejor...! ¡Mátenme!

ÑICO.- Ya hablaremos, señora... (A REMIGIO.) Anda vete vos y no dilatís mucho... (Mutis de REMIGIO. Pausa.) A usted, no la mata naiden, señora... Y le pío que no sufra por lo presente porque l'ey explicao hasta la recontra que la vía suya estaba equivocá...

LA VIUDA.- ¡Harto campo te habís apropiao pa que vengai a espreciarme entre las paredes de mi casa...!

ÑICO.- El patrón no pue tener dos posesiones: la mantención dividía hace mermar las ganancias. Aquí lo junto too... Usted será como la maire. Naiden le faltará y alabá sea la señora...

LA VIUDA.- ¿Y vos te pasarís festeando con la Flora?

ÑICO.- ¡Claro qu'es una fiesta el quererse...! Usted tamién jué joven y harto pará en el hilo y la quisieron a la güena...

LA VIUDA.- ¡Y entuavía tengo hechuras pa entusiasmar a cualquiera que no sea un desgraciao conforme vos...!

ÑICO.- ¡Lástima grande de estar empachao con miel...!

LA VIUDA.- La finura en que te criaste...

ÑICO.- Mi padre jué su marío y él amontonó estas [56] tierras, crió estos animales y juntó estos pesos... Muy chipiento seré yo; pero de su familia no tenimos ni seña...

LA VIUDA.- Pero el finao me lo dejó too a mí...

ÑICO.- Porque usted no jué capaz de darle ni un hijo siquiera...

LA VIUDA.- Por eso, yo te recogí a vos...

ÑICO.- Pero yo era hijo d'él, yo era el salto, como ice usted.

LA VIUDA.- No te miró nunca ni te reconoció...

ÑICO (Pausa.).- Porque parecía qu'el finao iba a saber la canallá que usted iba a cometer conmigo... Y que yo m'iba a prestar, por ambicioso... Porque, hablemos claro y sin faltarle el respeto, ¿cómo se le poía ocurrir a usted que yo m'iba a enamorar cuando, lo que me halagó, jué su plata y las faciliaes que yo tenía pa hacerme rico a su sombra...? Yo tampoco le peía a mi paire que me echara al mundo, hambriento y desnudo, como una bestia... Y agora, no ey hecho otra cosa que recuperar lo que me valía por sangre... Usté jué la que idió estas artes y yo juí manso cordero... A un huaso bruto no se le ocurren estas maldaes, estos avenimientos descontrapesaos, en los que casi maire se casa con el casi hijo...

LA VIUDA.- ¡Bien duras las estoy pagando...! Me habís dejao en la calle...!

ÑICO.- Naiden la despoja. Aquí se puee quear tranquila en paz con toos, sin acordarse de esa viua hombruna que nos manijaba con la punta del rebenque...

LA VIUDA.- Ésa era la manera de efender los cobres... Hasta qu'el corazón me dio un vuelco y se propasó contigo... Entonces perdí la caeza y vos habís [57] hecho de mi goluntá un montón de hilachas... Lo único que te deseo es que a vos te pase lo mesmo... Ojalá no se secaran mis ojos sin verte engañao y falsiao por una mujer guaina y vos arrastrándote, acatarrao y sin juerzas ni pa abrazarla... Tey de maldecir pa que así te sucea... Te habís de enamorar de la mejor parecía y más cabra y más coqueta, cuando andís sarnoso y viejo...

ÑICO.- Too puee ser... Güey viejo, pasto tierno; pero pa casame con una guaina, tendría que nacer de nuevo...

LA VIUDA.- Si el finao supiera ¡las güenas güinchas te echaba al mundo otra vez...!

ÑICO.- ¡Chitas el brote...! Me buscaba otro paire pus, señora.

REMIGIO (Entra con dos canastos y un saco de ropa.).- Quean dos viajes má... Las niñas vienen por ey... ¿Aónde pongo estos trastos...?

ÑICO.- Señora, vaya usté a indicarle a éste, las piezas que les ha dao... Acuérdese que la Flora y la Celinda, que llegan a nuestra casa, son sobrinas suyas y usté les da cabimento pa que no hable la gente...

LA VIUDA.- O pa que hable má y me compadezca... ¡Habís de pagar caro esta vergüenza! ¡Nunquita tu paire me dio ni una fatiga y agora viene el salto a recondename a penas...!

ÑICO.- El salto es su marío agora y se lo manda... ¡Y no rezongue má, señora, mire que yo no tengo árguenas de aguantaeras...! Vaya pa entro y disponga too... Seguila, Remigio... (Pausa.)

LA VIUDA.- No ey dir... Pa eso, los forasteros son [58] los dueños de mi casa y pueen disponer de toas layas... Yo no soy sirviente de naiden... Estaría conforme con que vos me hubiérai quitao mi hijuela y mi plata; pero que no vengan a cebase con la pobre viua, robándole lo qu'ella quería... No me obliguí a que sea sirvienta d'ellas... Primero muerta, hecha peazos... Saqueen la casa si les gusta, porque soy una aparecía, un ánima de lo que juí... Ey tá too... Pero a mí orvíenme, porque tengo la lepra de haberte querío, ¡guacho maldito!

ÑICO.- Señora, no se ajite ¡por la gran flauta...!

LA VIUDA.- Tey de penar hasta que te rompai el bautismo en un barranco o te empantaní en un hualve... Cueros nuan de faltar tampoco pa que te ahoguen en el vao el río... Los chonchones ti'han de arrancar los ojos... ¡Tieso, agusanao, poirío tey de ver, como tenís el corazón agora pa espreciarme...! ¡Culebronazo requetemaldecío...! ¡Hacela llorar a una que jué mejor con él qu'el pan candial...! ¡Maldito...! ¡Hacela llorar a una que era más hombre que naiden...! (Mutis llorando. Pausa.)

ÑICO.- Se duebla el fierro con ser fierro y no se va a dueblar uno qu'es de carne y güeso... ¡Bien maldito qu'estoy con lo qu'hice...! ¡Ónde se le va a ocurrir encelarme, cuando ya las cosas no tiene remedio...! ¡Esta vieja tiene más pelos qui'agua...! ¿No le gustó un guaina? ¡Que corcovee, entonces...! Y, al fin de cuentas, yo no estoy pa enrabiame la vía y venir a encendeme la sangre... ¡Si le pica, que se rasque con una coronta! Agora que soy don, tengo derecho pa elegir mi moza... Como ella m'eligió a mí, haciéndome espreciar a la Flora... ¿No te parece, Remigio? [59]

REMIGIO.- Como no pus, Ñico... Tu güeno que te cuesta.

ÑICO.- Me habrán creído tranqueaor por la línea y pegaor a la mala... ¡Eso nunca...!

REMIGIO.- Y pa eso, estoy yo: ¡Tá su amigo pa ayudalo en too...! En jamás, ey conocío el mieo ni la plata...

ÑICO.- ¿Yo era el patrón coilero entonces?

REMIGIO.- ¿Cuándo tenís la pana más grande que la cuerpá? No le aflojís ni un pelo.

ÑICO.- Tate callao... Si yo soy como esos lazos de cuero e lobo: s'estiran como cuerdas de vigüelas; pero no aflojan renunca...

REMIGIO.- Entonces la viua no dispone ná.

ÑICO.- La viua dispondrá lo que yo ordene... ¡No faltaba má...!

REMIGIO.- ¡A tiempo...! Ey vienen las chiquillas...

ÑICO.- Llegan a mi casa... Éjame haceme el sorprendío... Espués de la rabia que mi'ha dao la viua se me puee conocer demasiao el gustazo que me da ver a la Florita en mi casa... Y oye, Remigio, a las mujeres hay que aparentales indeferiencia porque, de lo contrario, nos hacen barrer el suelo con la lengua... Te lo igo yo qu'ey aprendío en ese libro viejo y matrero de la viua...

REMIGIO.- ¡Lindas payas cuando uno está enamorao...!

ÑICO.- ¡Ey vienen...! (Entra FLORA y CELINDA, con su guagua en brazos y algunos canastos y envoltorios de ropa.)

REMIGIO.- ¡Puchas que vienen acalorás...! [60]

CELINDA.- Podíai haberme eyudado a trer a Remigito siquiera... ¿Qui'ubo, Ñico...?

ÑICO.- ¡Salú, mi alma! ¿Cómo le va...? ¿Qué ice la Florita...? ¿Y la guagua...? ¡Qu'está lindo el chiquillo!

REMIGIO.- Íden al taita e su paire...

FLORITA.- ¡Estoy tan nerviosa...! ¡Me parece mentira que esté otra vez en la casa de mi tía...!

ÑICO.- Es mi casa... Aquí el dueño soy yo y la hospitaliá se la agradecen a este pecho...

FLORITA.- Por bueno a las derechas tey conocío...

ÑICO.- Naa e bondá... Es más el cariño, m'hijita...

CELINDA (A REMIGIO.).- ¡Apriende vos a ser bien hablao...!

REMIGIO.- Yo no hablaré tan bien como el Ñico..., pero ey tenís en los brazos algo que te habla claro e mi cariño... Nosotros los gañanes no sabimos ecir las cosas... Las hacimos y si'acabó...

CELINDA.- ¡Dios te guarde...!

REMIGIO.- Muchas gracias... (Pausa.)

FLORITA.- ¿Y mi tía...?

ÑICO.- Aentro.

REMIGIO.- Pa'entro se escuendió...

FLORITA.- ¿Y por qué?

ÑICO.- Por lo mesmo...

FLORITA.- ¡Ah!

CELINDA.- ¿Sigue la cuestión entonces?

ÑICO.- ¡No hay cuestión..., aquí talla Ñico...!

REMIGIO.- Aquí talla Ñico y la viua se rasca...

ÑICO.- ¡Cállate, insolente! [61]

REMIGIO.- Discurpe, su mercé...

FLORITA.- Volveremos a las mismas historias... ¡No importa...! Aunque tenga que sufrir todos los días, yo me queo en tu casa... ¡Por algo soy tu moza! Ella podrá haber pasado por las dos leyes contigo; pero no te ha dado el corazón ni vos tampoco a ella... Tú soi má mío que nadie... ¿No es cierto, Ñico?

ÑICO.- Ciertito, Flora... Por eso, te traje pa'cá... Aquí viviremos felices y si hay penas que aguantar, a la esparda con ellas... Nos querimos pa sufrir... Ella no quiso que vos fuérai mi compañera a la güena..., y nos encontramos a la mala... De toas layas el cariño es güeno como la miel... Y vayan a ver las piezas... Las mismas que tenían cuantuá... La comía está hecha en horno de ustedes... Hay que pasar los tragos malos y desimular..., desimular muchazo... Oye, Remigio, anda ve con la Celinda pa que le acomodís los monos... Nosotros vamos al tiro...

REMIGIO.- ¡Ándale, negra...! ¡Pobrecito m'hijo que entuavía no conocía las casa e tejas...!

CELINDA.- No dilaten mucho pus...

FLORITA.- Ya vamos nosotros... (Mutis CELINDA y REMIGIO. Pausa.)

ÑICO.- ¿Me querís harto..., pero harto?

FLORITA.- ¡Las preguntas tuyas...! ¡Te quiero a morir...!

ÑICO.- Me querís con pica entonces...

FLORITA.- Sí.

ÑICO.- ¡Venga, mi guacha, pa'abrazala...! Está en [62] su casa... Too es suyo... Le voy a mirar los ojos pa curdiala y que no sufra...

FLORITA.- Too lo soportaré por ti...

ÑICO.- ¡Qué carguen conmigo, pero que naiden me la palabree ni me la miren tan siquierita...! ¡Harto codicioso qu'estoy e mi Flora! ¡Tan suave qu'es mi borreguita...!

FLORITA.- En queriéndonos, too lo demás pasa...

ÑICO.- Y, como los dos nos desarmamos e cariño, que temporalee, que truene. ¡Y endei qué pus!

FLORITA.- Al fin estamos uníos y vamos a vivir bajo el mismo techo.

ÑICO.- ¡Y pa siempre! (La abraza cariñosamente. De pronto suena un disparo de revólver en el interior de la casa.) ¿Pero qu'es eso...? ¿Qué ha pasao? (En el intervalo de silencio que sigue, mientras todos se muestran consternados y aparecen corriendo REMIGIO y CELINDA, ésta con el niño en brazos, ÑICO entra en la casa y sale inmediatamente, tapándose la cara horrorizado y mesándose los cabellos.) ¡Por Diosito...!

CELINDA.- ¿Qué ha sucedío, Virgen Santa...?

REMIGIO.- ¡Tése callaíta usté...! ¡Puchas la esgracia grande...!

FLORITA.- ¡Too por mi culpa...! Por entrometía y por haberte querío...

ÑICO.- ¡Recontra mala suerte...! Ella me había recogío guacho perdío, cuando yo andaba con las carnes al adre y no tenía ni un piazo e pan que llevarme a la boca... Y agora está muerta. ¡Muerta por la vía...! Ella que me enseñó a trabajar. Con ella me gané mi primera [63] yunta e güeyes y cuando ella más que quería, se me torció el corazón... ¡Si'ha matao la viu...! ¡Si'ha matao! Y yo que la quería más que a mi maire, más que a naiden en el mundo...

REMIGIO.- ¡Mal'haya sea nunca...!

ÑICO (Abrazando a FLORITA.).- A naiden la quería como a ella; pero vos, m'hijita linda, erai mi debiliá... ¡Éjame llorar por la viua, que si'ha esgraciao pa dejarme gozar solo, antes e morirse e la pena de vernos...! ¡Éjame llorar por la viua...!

REMIGIO.- ¡Qu'era más rehombre que toos nosotros...!




Esta obra se terminó de imprimir, bajo el sello de la Editorial Del Nuevo Extremo, el 24 de octubre de 1958, en las prensas de la Universidad Católica, Carmen 360, Santiago de Chile.


La viuda de Apablaza
Germán Luco Cruchaga

EL PADRE de Olegario Lazo Baeza Chileno


Un viejecito de barba blanca y larga, bigotes enrubiecidos por la nicotina, manta roja, zapatos de taco alto, sombrero de pita y un canasto al brazo, se acercaba, se alejaba y volvía tímidamente a la puerta del cuartel. Quiso interrogar al centinela, pero el soldado le cortó la palabra en la boca, con el grito:-¡Cabo de guardia!El suboficial apareció de un salto en la puerta, como si hubiera estado en acecho.Interrogado con la vista y con un movimiento de la cabeza hacia arriba, el desconocido habló:-¿Estará mi hijo?El cabo soltó la risa. El centinela permaneció impasible, frío como una estatua de sal.-El regimiento tiene trescientos hijos; falta saber el nombre del suyo -repuso el suboficial.-Manuel... Manuel Zapata, señor.El cabo arrugó la frente y repitió, registrando su memoria:-¿Manuel Zapata...? ¿Manuel Zapata...? Y con tono seguro:-No conozco ningún soldado de ese nombre. El paisano se irguió orgulloso sobre las gruesas suelas de sus zapatos, y sonriendo irónicamente:-¡Pero si no es soldado! Mi hijo es oficial, oficial de línea...El trompeta, que desde el cuerpo de guardia oía la conversación, se acercó, codeó al cabo, diciéndole por lo bajo:-Es el nuevo; el recién salido de la Escuela.-¡Diablos! El que nos palabrea tanto...El cabo envolvió al hombre en una mirada investigadora, y como lo encontró pobre, no se atrevió a invitarlo al casino de oficiales. Lo hizo pasar al cuerpo de guardia.El viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado, al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico, cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta roja y pico negro, abierto por el calor. Al verla, los soldados palmotearon y gritaron como niños:-¡Cazuela! ¡Cazuela!El paisano, nervioso con la idea de ver a su hijo, agitado con la vista de tantas armas, reía sin motivo y lanzaba atropelladamente sus pensamientos:-¡Ja, ja, ja!... Sí. Cazuela..., pero para mi niño.Y con su cara sombreada por una ráfaga de pesar, agregó:-¡Cinco años sin verlo...!Más alegre, rascándose detrás de la oreja:-No quería venirse a este pueblo. Mi patrón lo hizo militar. ¡Ja, ja, ja...!..."Uno de guardia", pesado y tieso por la bandolera, el cinturón y el sable, fue a llamar al teniente. IEstaba en el picadero, frente a las tropas en descanso entre un grupo de oficiales. Era chico, moreno, grueso, de vulgar aspecto.El soldado se cuadró, levantando tierra con sus pies al juntar los tacos de sus botas, y dijo:-Lo buscan..., mi teniente.No se porque fenómeno del pensamiento, la encogida figura de su padre relampagueo en su mente...Alzó la cabeza y habló fuerte, con tono despectivo, de modo que oyeran sus camaradas:-En este pueblo... no conozco a nadie...El soldado dio detalles no pedidos:-Es un hombrecito arrugado, con manta... Viene de lejos. Trae un canastito...Rojo, mareado por el orgullo, llevó la mano a la visera:-Está bien... ¡Retírese!La malicia brilló en la cara de los oficiales. Miraron a Zapata... Y como éste no pudo soportar el peso de tantos ojos interrogativos, bajó la cabeza, tosió, encendió un cigarrillo, y empezó a rayar el suelo con la contera de su sable.A los cinco minutos vino otro de guardia. Un conscripto muy sencillo, muy recluta, que parecía caricatura "le la posición de firmes, a cuatro pisos de distancia le ^rilo, tile ii ando con los l>ra/os romo un-¡Lo buscan, mi teniente! Un hombrecillo del campo... Dice que es el padre de su mercé...Sin corregir la falta de tratamiento del subalterno, arrojó el cigarro, lo pisó con furia, y repuso:-¡Váyase! Ya voy.Y para no entrar en explicaciones, se fue a las pesebreras.El oficial de guardia, molesto con la insistencia del viejo, insistencia que el sargento le anunciaba cada cinco minutos, fue a ver a Zapata.Mientras tanto, el pobre padre, a quien los años habían tornado el corazón de hombre en el de niño, cada vez más nervioso, quedó con el oído atento. Al menor ruido, miraba hacia fuera y estiraba el cuello, arrugado y rojo como cuello de pavo. Todo paso lo hacía temblar de emoción, creyendo que su hijo venía a abrazarlo, a contarle su nueva vida, a mostrarle sus armas, sus arreos, sus caballos...El oficial de guardia encontró a Zapata simulando inspeccionar las caballerizas. Le dijo, secamente, sin preámbulos:-Te buscan... Dicen que es tu padre. Zapata, desviando la mirada, no contestó.-Está en el cuerpo de guardia... No quiere moverse. Zapata golpeó el suelo con el pie, se mordió los labios con furia, y fue allá.Al entrar, un soldado gritó:-¡Atenciooón!La tropa se levantó rápida como un resorte. Y la sala se llenó con ruido de sables, movimientos de pies y golpes de taco.El viejecito, deslumbrado con los honores que le hacían a su hijo, sin acordarse del canasto y de la gallina, con los brazos extendidos, salió a su encuentro. Sonreía con su cara de piel quebrada como corteza de árbol viejo. Temblando de placer, gritó:-¡Mañungo! ¡Mañunguito...!El oficial lo saludó fríamente. Al campesino se le cayeron los brazos. Le palpitaban los músculos de la cara.El teniente lo sacó con disimulo del cuartel. En la calle le sopló al oído:-¡Qué ocurrencia la suya...! ¡Venir a verme...! Tengo servicio... No puedo salir.Y se entró bruscamente.El campesino volvió a la guardia, desconcertado, tembloroso. Hizo un esfuerzo, sacó la gallina del canasto y se la dio al sargento.-Tome: para ustedes, para ustedes solos.Dijo adiós y se fue arrastrando los pies, pesados por el desengaño. Pero desde la puerta se volvió para agregar, con lágrimas en los ojos:-Al niño le gusta mucho la pechuga. ¡Delen un pedacito...!


OLEGARIO LAZO BAEZA (1878 - 1964) Es un escritor que conoce bien los entretelones de la vida militar por haber pertenecido al ejército desde 1898 a 1917. El asunto fundamental tratado por Olegario Lazo Baeza fue la vida militar. No tornó de ellas el aspecto heroico y las acciones bélicas, sino que prefirió entregarnos los pormenores cotidianos de la vida de cuartel y los valores humanos y personales, las pequeñas tragedias y vicisitudes que la caracterizan.A través de esta visión antiheroica de la existencia castrense nos presentó la condición humana del militar, los valores y defectos de la nacionalidad y el mundo rígidamente jerarquizado en que se mueven los hombres de armas.En la forma lineal en que se desenvuelve la narración, en la descripción escueta y precisa del medi ambiente, percibimos la fuerte influencia del cuentista francés Guy de Maupassant. Con un estilo muy sencillo logra crear obras valiosas, como: Cuentos militares, Nuevos cuentos militares, Hombres y caballos y El postrer galope.

Veraneando en Zapallar de Eduardo Valenzuela Olivos 1882-1948

ACTO ÚNICO
La escena representa el patio de la casa de don Procopio Rabadilla. En primer término, a ambos lados, puertas que dan acceso a habitaciones interiores. Alegran el patio numerosas matas de zapallo con sus frutos, destacándose visiblemente.
Al levantar el telón, don Procopio está sentado leyendo atentamente el diario, mientras doña Robustina examina unos figurines de modas, junto a una mesita de bambú. Hay varias sillas en amable desorden.

ESCENA PRIMERA
Procopio y Robustina.

Procopio: (leyendo un diario). "Se encuentran veraneando en Zapallar el talentoso abogado don Procopio Rabadilla, su distinguida esposa doña Robustina Jaramillo y sus encantadoras hijas Amparo, Consuelo y Esperanza. ¡Qué tal el parrafito!
Robustina: Procopio... no me saques de mis casillas. En lugar de agradecerme lo que hago por prestigiar nuestro nombre por asegurar e! porvenir de nuestras hijas... por darte brillo.
Procopio: Sí... ya lo tengo en la tela de mis trajes.
Robustina: Intentas burlarte de mí... Procopio vulgar, hombre inútil.
Procopio: Mujer, no me insultes, si no quieres que...
Robustina: Infame. Abogado sin trabajo.
Procopio: (sin hacerle caso.) Veraneando en Zapallar... Afortunadamente no mentimos, porque este último patio de la casa ostenta unas hermosas matas de esa sabrosa legumbre.
Robustina: Claro. Muy justo. Muy natural. ¿Qué habrían dicho las amistades si hubieran sabido que nos quedábamos en Santiago?
Procopio: Eres insoportable mujer, con tus pretensiones ridículas. Tan bien que estaría yo a estas horas, dándome un paseo por las piscinas.
Robustina: Atisbando a las lolas... a las bañistas. Si te conozco, Procopio. Si sé que eres un eterno enamorado.
Procopio: Exageras, mujer. Lo que hay es que soy aficionado a la geometría, y a estudiar en el terreno las rectas, las curvas, los catetos y las hipotenusas...
Robustina: Pues, si quieres estudiar matemática, no tienes más que encerrarte en tu cuarto.
Procopio: ¡Ay, la suspirada libertad! Y se dice que las mujeres no mandan. Yo no sé qué mas pretenden las señoras con sus teorías feministas
Robustina: Nosotras somos las mártires del deber
Procopio: Y nosotros los mártires para pagar las cuentas de la modista, de! lechero v de todo..
i Ah!, esta vida es horrible, desesperante. (En alta voz y paseándose a grandes pasos). ¡Cómo encontrar consuelo, cómo hallar una esperanza, en dónde buscar amparo a esta crítica situación...!

ESCENA SEGUNDA

Dichos, Amparo, Consuelo y Esperanza.

Amparo (entrando): ¿Nos llamabas papá?
Consuelo (entrando): Aquí estamos
Esperanza (entrando): ¿ Qué deseas?
Procopio (primero extrañado, y recordando después): -Ah, de veras. Me olvidaba, hijas mías, que os llamáis Amparo, Consuelo y Esperanza, aunque precisamente sois lo contrario de esos dulces nombres.
Amparo: ¿De qué conversabais?
Robustina: ¿De qué ha de ser, hijas mías? De nuestra situación, de que tu padre no cesa de protestar por el encierro voluntario a que nos hemos sometido para guardar las apariencias.
Consuelo: Es una situación atroz.
Esperanza: Horrible.
Consuelo (a don Procopio): ¿Cómo no lograste papá, juntar dinero para salir a las playas?
Procopio: Porque los juicios son pocos. Ya la gente no litiga como antes, Ya se está convenciendo de la verdad de que "más vale un mal arreglo que un buen pleito". Y porque finalmente todo os lo habéis gastado vosotras en trajes, zapatos, bailes, etc.
Amparo (escandalizada): ¿Has oído, mamá?
Robustina: No le hagas caso. Por él ojalá salierais vosotras con trajes de percal, o sin trajes. Vuestro padre no sabe de lujo, ni de distinción (despreciativamente). Desciende de la familia de los Rabadilla; mientras que yo soy noble y de antigua estirpe... (con mucha dignidad y orgullo). Soy de los Ja-ra-mi-llos... Entre mis antepasados se encuentran un general y un obispo. Sería pedir peras al olmo pedirle a tu padre distinción, chic, savoir faire, confort. No pertenecerá jamás a la élite...
Procopio: ¿Quieres traerme el diccionario, Amparo, para ir traduciendo lo que me dice tu madre?... Es una suerte que me insulte en francés, porque así no me entero inmediatamente...

ESCENA TERCERA
Dichos y Luchito.

Luchito (entrando): ¿Hay dificultades?
Procopio: Sí, hijo mío tu madre...
Robustina: Tu padre era el que...
Luchito: En fin, la paz se ha restablecido. Me alegro.
Procopio: ¿Estabas estudiando?
Luchito: Sí, papá, inglés. Es difícil, pero ya me va gustando.
Procopio: Muy bien. Es un ramo útil. Sobre todo para entenderse con los gringos. Tú sabes que siempre andar como nubes por todas partes
Robustina: ¿Y cómo andan los repasos de geografía?
Luchito: Te diré. De la geografía no me preocupo
mucho, porque se está modificando constantemente.
Consuelo (siguiendo la conversación que ha mantenido con sus hermanas en un grupo aparte, en primer término): ¿Qué será de Carlos?
Amparo: ¿Y de Ernesto?
Esperanza: Es terrible no tener noticias de nuestros novios.
Consuelo: De seguro que irán a Zapallar por vernos.
Amparo: ¿Y al no encontrarnos se pondrán a cortejar a otras?
Esperanza: Por Dios. No quiero figurármelo. (Siguen conversando entre sí, animadamente).
Procopio (a Luchito): Es una vergüenza. Reprobado en tres exámenes. Y en cada uno con tres negras.
Robustina: Si hubiera sido con una solamente, habrías pasado bien.
Luchito: Lo mismo digo yo. Mi ideal habría sido salir con una sola negra... (Aparte). Con una negra picara: la Teresita que me quiere mucho. En fin, echaremos un vistazo a la ciudad. Treparemos al observatorio (Trepa en la escala que está apoyada en el muro.) Caracoles, ¿ Qué es eso? ¿Una humareda en la casa vecina?
Procopio (temeroso): Deja ver (sube a la escala.) ¡Dios mío, lo que faltaba: un incendio! Habrá que ir poniendo en salvo los muebles.
Consuelo: ¡Ay, Dios mío!
Esperanza: Ampáranos, Virgen de los afligidos.
Luchito: ¡Qué situación más ridícula!
Procopio (a Luchito): Corre, Grita. Llama a los bomberos.
Robustina: No... No.
Todos: ¿Eh?
Procopio: Pero mujer, ¿qué pretendes?
Robustina: Nada, que no podemos salir. (Imperiosamente) ... Que no sale nadie.
Procopio: Pero ¿estás loca, mujer?
Robustina: Nosotros no estamos aquí. Estamos en Zapallar, ¿entiendes? Si la casa se quema, nos quemaremos en ella.
Procopio: No me agrada la perspectiva...
Amparo: Pero, ¿qué hacemos?
Consuelo: Hay que pensar algo.
Esperanza: Yo me siento mal.
Luchito: Yo protesto.
Robustina: ¡Chits! Ni una palabra. El ridículo sería espantoso. A ver Luchito, sube al observatorio y ve si cunde el incendio.
Luchito: No, el humo disminuye. Parece que el fuego ha sido sofocado por los propios moradores.
Consuelo: ¡Gracias, Dios mío!
Procopio: Respiro.
Amparo: San Antonio Bendito ha hecho un milagro.
Esperanza: No. Ha sido San Expedito, santo que hace las cosas ligerito.
Amparo: Yo le hice una manda.
Esperanza: Y yo también.
Amparo: Yo un paquete de velas para su altar.
Esperanza: Y yo otro.
Amparo: Bueno, papito. Danos la plata para comprar las velas.
Procopio: Pero entonces, ¿qué gracia tiene que ustedes hagan la manda?
Amparo: Es que nosotros ponemos la intención, pero tú pones la plata.
Procopio: Lo de siempre: yo soy el eterno pagador. Bueno, niñas. Ya se está oscureciendo y es conveniente que os dediquéis a hacer vuestras labores. (Se van Amparo, Consuelo y Esperanza.) (A Luchito): Tú, estudiante reprobado, a repasar tus libros. A ver cómo sales en marzo. (Se va Luchito) (A su mujer): Tú querida Robustina, a zurcirme los calcetines. En estos tiempos no se pueden comprar nuevos. Y yo, me largo a la calle.
Robustina: ¿Eh?
Procopio: Claro mujer. A comprar provisiones para el día de mañana.
Robustina: De veras, me olvidaba. Bueno. Puedes salir pero vuelves luego.
Procopio: ¡Ah, claro! Anda, tráeme el, sombrero y el sobretodo. (Se va Robustina.)

ESCENA CUARTA

Procopio solo. Luego, Robustina.

Procopio (solo): Al fin. Voy a respirar aire, a estar un rato en libertad, lejos de la férula de esta reina del hogar. Compraré las provisiones de costumbre, las dejaré encargadas donde un amigo de confianza en casa de Jerez, en seguida iré a echar una modesta cana al aire y a beber unas copitas con unos buenos amigos que están veraneando como yo. Este Jerez es muy diablo. Anoche me facilitó para los efectos de esta aventura una barba postiza, con la cual podré andar tranquilo, sin que nadie me reconozca. (La saca del bolsillo y la examina.) Por cierto que no le he dicho ni una palabra a mi mujer de este disfraz. (Hace aspavientos y habla mientras oculta la barba en su bolsillo.)
Robustina (entrando y sorprendiéndolo): ¿Qué es eso?... ¿Que estás hablando solo? ¿Qué significan esos movimientos?
Procopio: Problemas, hija mía. Problemas...
Robustina: ¡Ah!
Procopio: (después de ponerse el sobretodo y el sombrero): Bueno, mujer. Hasta luego.
Robustina: No tardes ¿eh?... Y mucha discreción.
Procopio: Pierde cuidado. Hasta luego, esposa mía.
Robustina: Válgame Dios Lo que cuesta mantener el prestigio de nuestra posición social.

ESCENA QUINTA

Robustina y Amparo.

Amparo: (entrando): ¿Y papá?
Robustina: Salió ya, hija mía.
Amparo: ¡Qué contrariedad! Yo tenía que hacerle unos encargos y...
Robustina: Los dejas para mañana, entonces. No hay más remedio.
Amparo: ¡Qué rabia me da no poder salir a la calle, pasar al correo, ver si hay cartas!
Robustina: ¿Carta de quién?
Amparo: De las amigas, naturalmente. (Aparte.) Y si hay alguna del novio, tanto mejor. ¿Qué será
de Ernesto?
Robustina: ¿Cómo Ernesto? ¿No es tu novio Agamenón7
Amparo: No es; era.
Robustina: ¿Cómo así? Explícate, porque yo francamente no me doy cuenta de estos cambios tan repentinos. Por lo demás eres poco expansiva con tu madre. ¿Quién es ese Ernesto?... ¿Dónde lo conociste?
Amparo: En casa de los Gómez. Tu sabes que todos los martes tienen su¿ reuniones, /"ues... en una de ellas fui presentada a él. Simpatizamos en e! acto.,. Es un mozo muy guapo, viste muy bien, está empleado en un ministerio. En fin, es un excelente partido. Yo no he ; querido decirte nada, porque no tenía seguridad de sus intenciones, ni si todo iba a reducirse a simples conversaciones, pero parece que Ernesto piensa seriamente.
Robustina: Me alegro mucho, hija mía,, Pero Agamenón. ¿Qué irá a decir Agamenón?
Amparo: Nada, ¿Qué puede decir? No me gusta ese hombre. No tiene dónde caerse muerto. Es muy antipático. Y luego el nombre que lleva, tan largo y tan. feo: A-ga-me-nón. Há-game el favor mamá, de no hablarme más de él.
Robustina: Pero de todos modo, habría que darle alguna explicación.
Amparo: Ninguna, mamá. Porque has de saber también que a tu candidato Agamenón se le ha visto cortejando a la Rosa del Campo, a la Violeta del Valle, a la Hensia de los Ríos, a la Margarita Montes, a la...
Robustina (interrumpiéndola): Basta, hija mía. Se ve que ese individuo no es un hombre: es un picaflor. Es un pájaro de cuentas. Has hecho bien en darle calabazas.

ESCENA SEXTA

Dichos, Consuelo y Esperanza.

Consuelo (entrando): No, si quien las ha dado ha sido él.
Robustina: ¿Cómo es eso? ¿Estabas escuchando? Eso es muy feo.
Esperanza (a Consuelo): Faltas a la verdad. He sido yo la que lo ha despedido. No soy como tú, que desesperas porque no encuentras un novio a tu gusto. A mí me sobran.
Consuelo (irónicamente): Las ganas.
Robustina: Pero, qué barbaridad. Parece que los sentimientos fraternales desaparecen al tratarse de estos asuntos.
Esperanza: Es que son muy delicados.
Amparo: Bueno. Basta. Será como ustedes quieran, pero es el hecho que yo seré la primera en contraer nupcias. Porque lo que eres tú (refiriéndose a Consuelo) no te fíes de tu cadetito.
Consuelo: ¿Te da envidia?
Amparo: Lástima. Porque suponiendo que te fuera bien hasta la terminación de sus estudios, -lo que sería un milagro-, cuando ingresara al ejército habría que pedir permiso para que se pudiera casar contigo. Son muchos trámites. Hay que gustarle a los padres, a los hermanos, a los tíos, a todos los parientes, y todavía hay que gustarle al gobierno. Es terrible.
Robustina: Podías aprender de vuestra hermana menor. Tiene más sentido práctico
Esperanza: Sí, mamá. Yo no deseo jóvenes arrogantes, guapos, o con vistosos uniformes. Prefiero un señor de edad.
Amparo: ¡Qué horror!
Consuelo: ¡Qué atrocidad!
Esperanza: Un señor de edad pero con dinero, que me dé lujo, que me dé gusto en todos mis deseos, que me compre joyas, trajes y auto. No desespero encontrarlo.
Amparo: ¿Pero no te atrae el amor, la juventud, la simpatía que emanan de las miradas cariñosas, la emoción que experimentamos al ver de improviso al ser amado?
Esperanza: Sí. Todo eso es muy lindo, muy encantador, muy poético. Pero no se encuentra fácilmente y, sobre todo, a nuestro alcance. Un novio que sea al mismo tiempo joven rico e inteligente, y en la imposibilidad de encontrar las cosas al gusto de una, opto por lo práctico, por un señor de edad que tenga dinero.
Consuelo: Lo que desea ésta (señalando a Esperanza) es quedar viuda, joven y con plata. Un partido ventajoso, como dicen los hombres.
Robustina: Bueno. Basta de charlas, y a descansar. Está un poco fría la noche, y no conviene estar al sereno. Fácilmente se puede coger un resfrío.
Consuelo: Está bien mamá, Nos vamos (se van todas a sus habitaciones.)

ESCENA SÉPTIMA

Luchito solo. Saliendo en puntillas de su habitación y con el sombrero en la mano, en actitud de salir.

Luchito: Nadie. No hay nadie afortunadamente. Lo que es yo,, me escurro con todo sigilo. Estoy harto de inglés, de matemáticas y de geografía.. (Se va sin hacer ruido.)

ESCENA OCTAVA
Amparo sola, entrando pensativa.

Amparo: ¿Qué será de Ernesto? La última vez que lo vi, fue a la salida de misa... (Se oye ruido en el patio de una de las casas vecinas.) (Alarmada): ¿Quién podrá ser si no hay nadie allí ahora? ¿Habrá entrado algún ladrón?...

ESCENA NOVENA
Amparo y Ernesto.

Ernesto: (asomando arriba del tejado, por la casa vecina): Soy yo, Ernesto.
Amparo: Cielos ¡qué placer! ¿Tú aquí?... Pero ¿a qué se debe esta sorpresa? ¡Qué vergüenza me da al mismo tiempo!
Amor mío, "a Zapallar me dijiste que te ibas", y a Zapallar fui. No estabas. Entonces dije; "Estará en otro Zapallar... y, efectivamente, aquí te veo.
Ernesto: Pero, ¿cómo...como has sabido?
Ernesto: Por una casualidad. Verás. Rondaba frente a tu casa, imaginándome verte en los balcones, fresca como una rosa y encantadora como siempre, cuando con gran asombro mío veo salir sigilosamente a tu hermano Luis; ¡tate! me dije. Aquí hay gato encerrado. Y como tocó la coincidencia que la casa vecina estaba desocupada, aquí me tienes.
Amparo: Bueno, Ernesto; pero no vaya a verte alguien en esa postura, con lo cual nos comprometerías. Voy a abrirte la puerta de calle y conversaremos unos pocos minutos con más tranquilidad.
Ernesto: (asustado). ¡Ay!
Amparo: ¿Qué es eso?
Ernesto: Que me parece que tiembla...
Amparo: De veras. Por Dios, bájate.
Ernesto: Hasta luego. (Ernesto desaparece tras el tejado).

ESCENA DÉCIMA

Amparo, Consuelo, Esperanza y Robustina.

Consuelo: (entrando): Mamá ... mamá. Está temblando...
Esperanza: ¡Dios mío, qué susto!
Consuelo: Amparo...
Esperanza: Lucho...
Consuelo: Salgamos a la calle.
Robustina: No. A la calle, no, Por nada del mundo.
Consuelo: Yo me siento mal.
Esperanza: Las piernas no me sostienen.
Amparo: Y parece que sigue todavía.
Consuelo: Con seguridad que va a venir otro remezón Nunca viene uno soío.
Fsperanza: Siempre me acuerdo del terremoto de...
Consuelo (asustadísima): ¿No lo decía? :O¡:ía w:; Y con i.m ruido iníemai.
Amparo: Corramos a 1a, calle.
Consuelo: Salgamos, si. (Llamando.) Lucho,.. Lucho.
Esperanza: Parece que no está. ¿Habrá salido?
Robustina (imperativa): Bajad la voz, y estaos quietas. Aprended de vuestra madre... (Aparte), que tampoco las tiene todas consigo. ¿No veis? Ya pasó (pequeña pausa.) ¡Ea! A recogeros, niñas, que ya es hora de entregarse al reposo. En cuanto a ese insubordinado de Lucho, mañana arreglaremos cuentas.
Consuelo: Cualquiera duerme tranquila.
Esperanza: Esta vida es insufrible.
Robustina: Basta de rezongos.
Consuelo: Cualquiera encuentra marido con esta situación.
Esperanza: Nadie quiere casarse.
Robustina: Paciencia, hijas mías.
Consuelo: Buenas noches, mamacita.
Esperanza: Que reposes bien.
Robustina: Lo mismo digo, hijitas. Hasta mañana. (Se van primero Consuelo, Amparo y Esperanza por distintas puertas; luego, Robustina.)

ESCENA UNDÉCIMA

Amparo, sola.

Amparo: (Saliendo de su cuarto y entrando a escena de puntillas.): El pobre Ernesto debe estar esperándome. Voy a abrirle la puerta y charlaremos un momento. En seguida vuelvo.

ESCENA DUODÉCIMA

Amparo y Ernesto.

Amparo: Chits. Calladito. Que nadie se entere.
Ernesto Nadie, alma de mi alma... (le declara cómicamente su amor).
Amparo: ¿Y cuentas ya con algo para nuestra boda?...
Ernesto: Cuento con la muerte de mi tío y padrino Sebastián, que, como no tiene familia y me profesa un cariño entrañable, me instituirá su único heredero.
Amparo: ¿Y tendremos que esperar que fallezca para ver realizados nuestros ideales?...¡Qué triste y fúnebre es eso!
Ernesto: La vida es así (filosóficamente). "De la muerte nace la vida, en una constante renovación..." que sería largo explicarte... porque los minutos son preciosos. ¿Me quieres mucho, verdad?
Amparo: ¿Y me lo preguntas, ingrato? Te amo locamente. Pienso en ti a todas horas. Sueño contigo casi todas las noches.
Ernesto: ¿Qué sueñas? Dime.
Amparo: Sueño que yo estoy toda vestida de blanco, tú de frac, correctísimo, y frente a nosotros... el sacerdote bendiciéndonos. Cincuenta automóviles lo menos, esperando afuera en la calle la salida de la concurrencia.
Ernesto: Yo sueño lo mismo, pero en una parroquia humilde. (Aparte) Así se gasta menos.
Amparo: ¡Qué ocurrencia! Y ¿el qué dirán?
Robustina (adentro): Auxilio... Amparo ... Consuelo... Esperanza.
Amparo: Virgen santa. ¿Qué ocurrirá?... Escóndete aquí. En seguida saldrás. Yo te avisaré. ¿Qué pasará?... (Ernesto se oculta entre las plantas). ¡Ay, qué susto!

ESCENA DECIMOTERCERA

Amparo, Consuelo, Esperanza y Robustina.

Consuelo (entrando): ¿Qué ocurre?
Esperanza (entrando): ¿Qué pasa?
Robustina (entrando rápidamente, con bata y gorro de dormir, presa de un verdadero pánico): Hijas mías... algo terrible. No puedo hablar.
Amparo: Pero ¿qué sucede? Explícate, por favor.
Robustina (con palabras entrecortadas): Sucede que hay ladrones... hay ladrones en la casa.
Consuelo: ¡Dios mío!
Esperanza (asustadísima): Huyamos.
Robustina (prosiguiendo su relato): Un bandido... barbudo y siniestro... quiso introducirse en mi dormitorio.
Amparo: ¡Qué horror!
Consuelo: Y ¿dónde está?
Robustina (desfallecida): No lo sé, hijas mías. No he tenido fuerzas sino para salir afuera para llamaros.
Esperanza: Llamemos a la policía.
Robustina (sobreponiéndose a su propia turbación): No. Eso no. Sería para que el ridículo cayera sobre nosotras. Ustedes saben que no estamos aquí. ¿Entienden? Estamos en Zapallar, de manera que si nos roban, debemos dejarnos robar.
Amparo: Pero, mamá...
Consuelo: Debemos hacer algo.
Robustina: Si hubiera un hombre a quien acudir...

ESCENA DECIMOCUARTA

Dichos y Ernesto.

Ernesto (presentándose bruscamente, al oír las últimas palabras): A svis órdenes, señora.
Consuelo: ¡Uy!, el ladrón... (corre desesperada.). Esperanza, huyamos.
(Consuelo y Esperanza se van, dando gritos. Doña Robustina cae desmayada en un sillón. Ernesto no halla qué hacer, Amparo está toda confundida).
Ernesto: Pero, Amparo mía ¿qué ocurre?
Amparo (sobresaltada): Ocurre que... hay ladrones en casa, y no hallamos cómo expulsarlos. Estamos solas. Toca la casualidad que Lucho y papá salieron. ¿Qué hacer?
Ernesto: Ante todo, serenidad ... calma, yo lo prenderé.
Amparo: Gracias, Ernesto mío. Gracias.
Robustina: (volviendo en sí). ¿Se fue el ladrón ya?
Ernesto (respetuosamente): Señora
Robustina (cayendo nuevamente en el sillón): Por favor, no me mate usted.
Ernesto: No, señora. Si no pienso en matarla, usted esta equivocada. Yo soy Ernesto, que amo a su hija Amparo, y he venido aquí a salvar a usted y a los suyos de la audacia de los bandoleros.
Robustina: ¿Es verdad, hija miar1
Amparo: Sí, mamacita. Es mi novio.
Robustina: ¡Oh, caballero! ¿Cómo le podremos pagar este favor? Busque usted al ladrón y échelo fuera... sin que se entere la policía, sin que se entere nadie.
Ernesto: Bien, señora. Acato sus órdenes. Voy a proceder a registro de las habitaciones. Mientras tanto, ocúltese usted con Amparo y no salga hasta que yo la llame.
Robustina: Bueno. (Aparte.) Estoy más muerta que viva. (Se van Amparo y Robustina.)

ESCENA DECIMOQUINTA

Ernesto, solo.

Ernesto: Lo malo es que no traigo arma alguna. (Se registra los bolsillos.) ¿Y si el bandido lleva puñal?... (Pausa) ¡Ea!... ánimo... resolución. (Dirigiéndose a una puerta y retrocediendo.) Pero no, no me atrevo... ¡Qué falta me hace mi revólver! Hay que tener presente que está empeñado... mi amor propio, mi honor de caballero. Debo, pues, afrontar la situación. ¿Qué hacer? La verdad es que yo, al salir de casa, no me figuré el lío en que iba a meterse. Pero, por ella,, estoy dispuesto a iodo. Moriré por ella corrió un paladín de los tiempos heroicos. (Transición). El escándale.' que voy a formar si el ladrón pretende atacarme, va a ver para contarlo. La verdad es que tengo miedo de penetrar en las habitaciones. Yo preferiría esperarlo aquí, en el patio. Aquí hay más cancha, más campo para la lucha... y para huir en caso necesario. Pero no. Huir no. ¿Qué diría mi Amparo? Debo mostrarme ante sus ojos como un valiente. Venga, pues, corno revólver improvisado, la llave de mi casa. Con ella apuntaré al bandido, si se atreve a presentarse.

ESCENA DECIMOSEXTA

Ernesto y Amparo.

Amparo:¿Lo encontraste, Ernesto?
Ernesto: No. Todavía no; pero estoy buscándolo. Debe estar escondido ¿sabes? Posiblemente me ha visto y ha dicho para sí; voy a tener que habérmelas con un hombre... "ésta no es conmigo"... Y se ha ocultado.

ESCENA DECIMOSÉPTIMA

Dichos y Robustina.

Robustina (entrando): ¿Encontró usted al bandido ya?
Ernesto: Todavía no, señora, pero estoy buscándolo, debe haberse escondido, posiblemente debajo de las camas, porque no se ha puesto a alcance de mi vista.
Robustina: Búsquelo pronto, señor, para salir de esta situación angustiosa.
Amparo: Sí, Ernesto mío, búscalo, pero no arriesgues tu vida. 'Tú sabes que ella me pertenece.
Ernesto: Voy, amada mía voy (con un gesto heroico.) Empiezo a registrar las habitaciones... (aparte) y empiezo a sentir un temblor de piernas que no puede sostenerme. (Entra por una puerta lateral.)
Amparo: Tranquilízate, mamá, por Dios. Ya ves. Ahora no estamos solas, tenemos quién nos defienda. Y Ernesto es un valiente, no cabe duda.
Robustina: (asustada). Escóndete, hija mía. Escóndete.
Amparo:¿Qué hay?...
Robustina: El bandido... ¿ves?... El bandido... el hombre barbudo (se refiere a Procopio, que entra pensativo a escena, sin verlas),
Amparo: (corriendo a ocultarse con su madre en el costurero): ¡Virgen santa!

ESCENA DECIMOCTAVA

Procopio, solo. Luego, Ernesto.

Procopio (entrando; trae puesta la barba postiza, el cuello del sobretodo levantado, lleno de tierra; en una palabra, está inconocible. Viene bastante bebido.): Yo no sé qué le ha dado a mi mujer por huir de mí. El hecho de que yo haya tomado unas cepitas... no es motivo suficiente para que huya así. La verdad es que bebí mucho. Cosas de Jerez... que me retuvo en su casa más de lo que yo pensaba.
Ernesto: (entrando): ¡Caracoles! Aquí está el ladrón... (Dirigiéndose a Procopio.) ¡Miserable... (Apuntándole con la llave.) Salga usted afuera... o, de lo contrario, hago fuego...
Procopio: Pero, hombre, ¿quién es usted? ¿Por qué está aquí?
Ernesto: Eso es lo que yo le pregunto a usted, so bandolero... Y no se acerque más ... porque disparo...
Procopio: Habráse visto.
Ernesto: Salga de esta casa inmediatamente.
Procopio (aparte): Pero ¿estoy soñando? ¿O me habré equivocado de casa?... Como veo medio turbio. Pero no. Por el Zapallar la reconozco.
Ernesto (aparte): Vacila, tal vez, entre fugarse o atacarme. ¿Irá a sacar sus armas?
Procopio: (bruscamente): Caballero tendrá usted que explicarme cómo se encuentra aquí.
Ernesto: (retrocediendo): No tengo que explicarle nada. Salga usted a la calle

ESCENA DECIMONOVENA

Dichos, Consuelo, Esperanza y un carabinero. Luego, Amparo y Robustina.

Consuelo: (entrando): Por aquí...
Esperanza: (entrando) Pase usted.
Carabinero (entrando): ¿Dónde está el ladrón?
Procopio (señalando a Ernesto): Ahí..
Ernesto (señalando a Procopio): Este es. Carabinero:¿En qué quedamos? ¿A cuál me llevo preso?...
Consuelo (en la duda): Llévese a los dos.
Amparo (entrando): No. Eso no, Carabinero, el ladrón es ese hombre barbudo. ¿Verdad, mamá?
Robustina (que ha entrado con Amparo): Sí, carabinero.
Ese hombre es el que quiso introducirse en mi cuarto.
Procopio: Naturalmente.
Carabinero: ¡Entonces hay circunstancias agravantes: robo nocturno, con premeditación y alevosía.
Procopio: (aparte): ¿Pero es que estoy soñando?... No, la culpa la tiene Jerez que me hizo tomar tanto.
Ernesto: Concluyamos.
Robustina: Sí, sáquelo usted fuera (aparte al carabinero) y déjelo en libertad. No queremos que se
pase parte.
Carabinero (aparte): Este es un lío.
Procopio (a Robustina): Bueno. Dejémonos de bromas y vamos a acostarnos, hijita.
Robustina:¿Otra vez?
Ernesto: Yo lo mato. (Apunta con la llave.)
Amparo (interponiéndose): No. No lo mates. Por favor, Ernesto mío
Procopio: ¡Ah! Con que "Ernesto mío" ¿eh? Muy bien, muy bien.
Robustina (aparte): Esa voz...
Carabinero: Basta de escándalos. Vamonos para la comisaría. (Toma a Procopio de un brazo)
Ernesto: Sí. Eso es.
Procopio: Pero, Robustina, ¿permites que me lleven preso?...
Consuelo (extrañada): Sabe su nombre...
Procopio: No me conoces? Soy tu marido.
Robustina: dudosa: ¿Procopio?,. ¿Pero esa barba?
Procopio: De veras. No me la había quitado. (Se la quita.) Ha sido un olvido. Como tengo la cabeza trastornada.
Robustina: ¿Era postiza?
Procopio (aparte a Robustina): Sí. Me la puse para que no me reconocieran; para guardar el incógnito, por obedecerte-.
Ernesto (aparte): ¿Cómo explicar? (Queda pensativo.)
Procopio (a Robustina): Y luego, hija mía, que la verdad se ha de decir: pasé a tomar unas copi-tas.
Robustina: ¿Y el susto que me has dado?
Procopio: Se pasará. Pasará, como a mí también se me pasará... la borrachera.
Ernesto (aparte a Amparo): ¿Y qué hago yo en esta situación?
Amparo (aparte a Ernesto): Pedirle perdón, naturalmente, y en seguida pedirle mi mano. La ocasión la pintan calva.
Ernesto (aparte para si): No me queda otro recurso. (Arrodillándose.) Perdón, papá.
Procopio: ¿Cómo es eso de "perdón, papá?
Ernesto: Sí, señor. Yo amo a su hija locamente. Yo deseo hacerla mi esposa, ante Dios y ante los hombres, con todos los requisitos legales.
Procopio (indignadísimo): Sinvergüenza. ¿Y me quería asesinar y echarme a la calle? Carabinero, lléveselo preso. (El carabinero intenta llevarse a Ernesto.)
Amparo (interponiéndose): No, eso no. Papacito lindo. Perdónalo. Si no nos perdonas... si no consientes en nuestra unión... moriremos...
Robustina: Perdónalos, Procopio. En lo que solicitan, llevan la penitencia.
Procopio: ¿Pero, usted cuenta con algo?
Ernesto: Sí, señor, cuento con... Bueno, le diré. Yo soy de familia rica y, aparte de esto, estoy ocupado en el ministerio. Luego me van a ascender, tengo personas influyentes que podrán conseguirme un puesto de importancia con una renta apreciable, y nada nos faltará.
Procopio: Vaya vaya... Los perdonaré. ¡Qué hemos de hacerle! (Los abraza)
Carabinero: ¿De manera que no hay ladrones ni hay nada?
Ernesto: Sí, los hay: (por Amparo) esta niña, que me ha robado el corazón.
Procopio: (refiriéndose a Robustina). Y esta mujer que me roba la libertad.
Carabinero: Bueno, dejarse de bromas, que no estoy para pláticas, Yo voy a pasar el parte...
Robustina: No, No. (A Procopio). Pásale algo para que no dé un escándalo. Es preciso que todos ignoren lo que ha ocurrido aquí.
Procopio (al carabinero): Tome, joven... (le pasa dinero) para cigarros, y para un trago si a mano viene.
Carabinero: Se agradece. Buen dar con las cosas que pasan.
Robustina: Bueno. Adiós. Y mucho silencio.

ESCENA VIGÉSIMA

Dichos, menos el carabinero.

Procopio (dirigiéndose a Robustina): Y ahora, hija mía, convendrás conmigo en que así no se puede vivir...
Consuelo: Pasamos en constante zozobra. Esperanza: En perpetua alarma.
Amparo, incendio, temblores, ladrones... Es un martirio estar encerrada. Volvamos a Santiago mamá. Es decir, ya que estamos en él, volvamos "socialmente" por medio de los periódicos. Robustina: Bueno. Ya está. ¡Qué ha de hacérsele! Acepto. (A Consuelo.) Escribe, hija mía. (Consuelo se sienta a la mesa, toma un block se dispone a escribir.) (Dictándole): "Han regresado de Zapallar el eminente abogado don Procopio Rabadilla, su distinguida esposa doña Robustina Jaramillo y sus encantadoras hijas Amparo, Consuelo y Esperanza."


OBRAS: Una aventura de Manuel Rodríguez, La Epopeya de Iquique,
Doña Paula Jara Quemada.

La Gallina de los Huevos de Luz de Francisco Coloane


-¡La gallina no! -gritó el guardián primero del faro, Oyarzo, interponiéndose entre su compañero y la pequeña gallina de color flor de haba que saltó cacareando desde un rincón.
Maldonado, el otro guardafaro, miró de reojo al guardián primero, con una mirada en la que se mezclaban la desesperación y la cólera.
Hace más de quince días que el mar y la tierra luchan ferozmente en el punto más tempestuoso del Pacífico sur: el Faro Evangelistas, el más elevado y solitario de los islotes que marcan la entrada occidental "del Estrecho de Magallanes, y sobre cuyo pelado lomo se levantan la torre del faro y su fanal, como única luz y esperanza que tienen los marinos para escapar de las tormentas oceánicas.
La lucha de la tierra y el mar es allí casi permanente. La Cordillera de los Andes trató, al parecer, de oponerle algunos murallones, pero en el combate de siglos todo se ha resquebrajado; el agua se ha adentrado por los canales, ha llegado hasta las heridas de los fiordos cordilleranos y sólo han permanecido abofeteando al mar los puños más fieros, cerrados en dura y relumbrante roca como en el Faro Evangelistas.
Es un negro y desafiante islote que se
empina a gran altura. Sus costados son lisos y cortados a pique. La construcción del faro es una página heroica de los bravos marinos de la Subinspección de Faros del Apostadero Naval de Magallanes, y el primero que escaló el promontorio fue un héroe anónimo como la mayoría de los hombres que se enfrentan con esa naturaleza.
Hubo que izar ladrillo tras ladrillo. Hoy mismo, los valientes guardafaros que custodian el fanal más importante del Pacífico sur están totalmente aislados del mundo en medio del océano. Hay un solo y frágil camino para ascender del mar a la cumbre; es una escala de cuerdas llamada en jerga marinera "escala de gato", que permanece colgando al borde del siniestro acantilado.
Los víveres son izados de las chalupas que se atracan al borde por medio de un winche instalado en lo alto e impulsado a fuerza de brazos.
Una escampavía de la Armada Nacional sale periódicamente de Punta Arenas a recorrer los faros del oeste, proveyéndolos de víveres y de acetileno.
La comisión más temida para estos pequeños y vigorosos transportes de alta mar es Evangelistas, pues cuando hay mal tiempo es imposible acercarse al fa ro y arriar las chalupas balleneras en que se transporta la provisión.
Como una advertencia para esos marineros, existe a unas millas al interior el renombrado puerto de "Cuarenta Días", único refugio en el cual han estado durante todo este tiempo barcos capeando el temporal. Algunas veces una escampavía, aprovechando una tregua, ha salido a toda máquina para cumplir su expedición, y ya al avistar el faro se ha desencadenado otra vez el temporal, teniendo que regresar de nuevo al abrigado refugio de "Cuarenta Días".
Esta vez la tempestad dura más de quince días. La tempestad de afuera, de los elementos, en la que el enhiesto peñón se estremece y parece quejarse cuando las montañas de agua se descargan sobre sus lisos costados, porque adentro, bajo la torre del faro, en un corazón humano, en un cerebro acribillado por las marejadas de goterones de lluvia repiqueteando en el techo de cinc, en una sensibilidad castigada por el aullido silbante del viento rasgándose en el torreón, en un hombre débil y hambriento, se está desarrollando otra lenta y terrible tempestad.
Era la segunda vez que Oyarzo salvaba la milagrosa y única gallina de los ímpetus desesperados de su compañero. ¡La gallina había empezado a poner justamente el mismo día en que iba a ser sacrificada!
Los guardafaros habían agotado todos los víveres y reservas. La escampavía se había atrasado ya en un mes y el temporal no amainaba, embotellándola seguramente en el puerto de "Cuarenta Días".
Como por un milagro, la gallina ponía todos los días un huevo que, batido con un poco de agua con sal y la exigua ración de cuarenta porotos asignada a cada uno, servía de precario alimento a los dos guardafaros.
-¡Toma tus cuarenta porotos! -dijo Oyarzo, alargando la ración a su compañero.
Maldonado miró el diminuto montón de fréjoles en el hueco de su mano. "¡Nunca -pensó- su vida había estado reducida a esto! ¡No -ahora recuerda-, sólo una vez ocurrió lo mismo en el faro San Félix, cuando al póquer perdió su soldada de dos años y, convertida también en un montón de porotos, pasó de sus manos a las de sus compañeros!"
Pero eran tan sólo dos años de vida y ahora éstos constituían toda su vida, la salvación de las garras de la sutil pantera del hambre, que en su ronda se acercaba cada día más al faro.
"¡Y este Oyarzo -continuaba en las reflexiones de su cerebro debilitado-, tan duro, tan cruel, pero al mismo tiempo tan fuerte y tan leal!" Se había ingeniado para racionar la pequeña cantidad de porotos muy equitativamente, y, a veces, le pasaba hasta unos cuantos más, sacrificando su parte. Hasta la gallina tenía su ración: se los daba con conchuela molida y un poco recalentados para que no dejara de poner.
Cada día y cada noche que pasaban bajo el estruendo constante del mar embravecido, la muerte estaba más cerca y el hambre hincaba un poco más su lívida garra en esos dos seres.
Oyarzo era un hombre alto, huesudo, de pelo tieso y tez morena. Maldonado era más bajo, delgado y en realidad más débil.
Si no hubiera sido por aquel hombro-nazo, seguramente el otro ya habría perecido con gallina y todo.
Oyarzo era el sabio artífice que prolongaba esas tres existencias en un inteligente y denodado combate contra la muerte, que ya se colaba por el resquicio del hambre. ¡La gallina, el hombre y el hombre! ¡La energía de unos diminutos fréjoles que pasaba de uno a otros! ¡El milagroso huevo que día a día levantaba las postreras fuerzas de esos hombres para encender el fanal, seguridad y esperanza de los marinos que surcaban la desdichada ruta!
Maldonado empezó a obsesionarse con una idea fija: la gallina. Debilitado, el hambre, después de corroerle las entrañas como un fuego horadante y lento, empezaba a corroerle también la conciencia y algunas luces siniestras, que él trataba en vano de apagar, empezaron a levantarse en su mente.
Por fin llegó a esta conclusión: si él pudiera saciar su hambre una sola vez, moriría feliz. No pedía nada más.
Sin embargo, no se atrevía a pensar o llegar hasta donde sus instintos lo empujaban. ¡No, él no era capaz de asesinar a su buen compañero para comerse la gallina!
"¡Pero qué diablos!", decía y se ponía a temblar y se daba vuelta, asustado, como si alguien lo empujara a empellones al borde de un abismo.
El mar seguía con su ronco tronar envolviendo al faro, la lluvia con su repiqueteo incesante contra el cinc y el mugido del viento que hacía temblar la torre, en cuya altura seguía encendiéndose todas las noches el fanal gracias al huevo de una gallina y a la reciedumbre de un hombre.
Las tempestades del mar no son parejas, toman aliento de cuatro en cuatro horas. En una de estas culminaciones, una noche arreció en tal forma que sólo podía compararse con un acabo de mundo. El trueno del mar, el aullido del viento y las marejadas de lluvia que se descargaban sobre el techo, estremecían en tal forma al peñón, que éste pareció desprenderse de su base y echándose a navegar a través de la tempestad.
Adentro, la tormenta también llegó a su crisis.
Maldonado, sigilosamente entre las sombras, se dirigió puñal en mano al camarote de Oyarzo, donde éste guardaba cuidadosamente la gallina milagrosa, por desconfianza hacia su compañero.
Maldonado no había aclarado muy bien sus intenciones. Angustiado por el hambre, avanzaba hacia un todo confuso y negro. No había querido detenerse mucho a determinar contra quién iba puñal en mano. Él iba a apoderarse de la gallina simplemente; una vez muerta ya no habría remedio, y Oyarzo tendría que compartir con él la merienda; pero si se interponía como antes..., ¡ah!, entonces levantaría el puñal, pero para amenazarlo solamente.
¿Y si aquél lo atacaba? ¡Diantre, aquí estaba, pues, ese todo confuso y negro contra el cual él iba a enfrentarse atolondrado y ciego!
Abrió la puerta con cautela. El guar dián primero parecía dormir profundamente. Avanzó tembloroso hacia el rincón donde sabía se encontraba la gallina, pero en el instante de abalanzarse sobre ella fue derribado de un mazazo en la nuca. El pesado cuerpo de Oyarzo cayó sobre el suyo y de un retortijón de la muñeca tuzóle soltar el puñal.
Casi no hubo resistencia. El guardián primero era muy fuerte y, después de dominarlo totalmente, lo ató con una soga con las manos a la espalda.
-¡No pensaba atacarte con el cuchillo; lo llevaba para amenazarte no más en caso de que no hubieras permitido matar la gallina! -dijo con la cabeza agachada y avergonzado el farero.
Al día siguiente, estaba atado a una gruesa banca de roble, con las manos atrás aún.
El guardián primero continuó trabajando y luchando contra las garras del hambre. Hizo el batido del huevo con los porotos y con su propio mano fue a darle de comer su ración al amarrado. Éste, con los ojos bajos, recibió las cucharadas, pero, a pesar del hambre que lo devoraba, sintió esta vez un atoro algo amargo cuando el alimento pasó por su garganta.
-¡Gracias -dijo al final-, perdóname, Oyarzo!
Éste no contestó.
El temporal no amainó en los siguientes días. El alud de agua y viento seguía igual.
-¡Suéltame, voy a ayudarte, te sacrificas mucho! -dijo una mañana Maído-nado, y continuó con desesperación-: ¡Te juro que no volveré a tocar una pluma de la gallina!
El guardián primero miró a su compañero amarrado; éste levantó la vista y los dos hombres se encontraron frente a frente en sus miradas. ¡Estaban exhaustos, débiles, corroídos por el hambre! Fue sólo un instante; los dos hombres parecieron comprenderse en el choque de sus miradas; luego los ojos se nublaron.
-¡Todavía lucharé solo; ya llegará la hora en que tenga que soltarte para el último banquete que nos dará la gallina! -dijo Oyarzo con cierto tono de vaticinio y duda.
Las palabras resonaron como un latigazo en la conciencia del farero. Hubiera preferido una bofetada en pleno rostro a esa frase cargada con el desprecio y la desconfianza de su compañero.
Pero la milagrosa gallina puso otro huevo al siguiente día. Oyarzo preparó, como siempre, la precaria comida. Iban quedando sólo las últimas raciones de fréjoles.
Otra vez se acercó al preso con la exigua parte de porotos, levantó la cuchara a medio llenar, como quien va a dar de comer a un niño, pero al querer dársela, el preso, con la cabeza en alto y la mirada duramente fija en su dadivoso compañero, exclamó rotundamente:
-¡No, no como más; no recibiré una sola migaja de tus manos!
Al guardián primero se le iluminó la cara como si hubiera recibido una buena nueva. Miró a su compañero con cierta atención y, de pronto, sonrió con una extraña sonrisa, una sonrisa en que se mezclaban la bondad y la alegría. Dejó a un lado el plato de comida y desatando las cuerdas dijo:
-¡Tienes razón, perdóname, ya no mereces este castigo; otra vez Evangelistas tiene dos fareros!
-¡Sí, otra vez! -dijo el otro, levantándose ya libre y estrechando la mano de su compañero.
* * *
Cuando se terminó la entrega de los víveres y el comandante de la escampavía fue a ver las novedades del faro, le extrañaron un poco algunas huellas de lucha que observó en la cara de los dos fareros. Miró fijamente a uno y a otro; pero antes de que los interrogara, se adelantó Oyarzo sonriendo y, acariciando con la ruda mano la delicada cabeza de la gallina flor de haba que cobijaba bajo su brazo, dijo:
-¡Queríamos matar a la gallina de los huevos de oro, pero ésta se defendió a picotazos!...
-La gallina de los huevos de luz, querrás decir, porque cada huevo significó una noche de luz para nuestros barcos! -profirió el comandante de la escampavía, sospechando posiblemente lo ocurrido.